En Casabindo, un pueblito de la puna jujeña, el miércoles próximo por la tarde, un toro entrará al ruedo de la plaza principal, apenas un corral de arena rodeado por pircas grises y gastadas, para iniciar la más extraña corrida de toros del mundo y la única que se realiza en el país.
La costumbre de azuzar al toro es una fuerte tradición de los españoles, que no pudieron recrear en el mundo nuevo. Esa costumbre no se enraizó en estas tierras ni entre estos hombres. Sin embargo, una vez al año jóvenes de Casabindo participan del Toreo de la Vincha.
La extraña corrida es parte de las celebraciones que se realizan en el pequeño valle puneño el día de la asunción de la Virgen, patrona del poblado.
El paisaje natural de la fiesta taurina tampoco se parece a las espléndidas ventas españolas, y los toros están muy lejos de ser esos bravíos torbellinos negros que se llaman mihura. Los animales tampoco morirán en este ritual que los españoles iniciaron en tiempos de la colonia, cuando Casabindo era el pueblo más importante de la comarca.
Los improvisados toreros tampoco visten trajes de luces sino ponchos colorados. Entre remolinos de polvo y arena se acercan al enfurecido toro para quitar de sus cuernos la vincha tachonada con monedas de plata. Ese es el codiciado trofeo.
Valor y agilidad
La tarea requiere tanto valor como agilidad. Valor para soportar el aplomo del toro sobre la arena y la manera en que olfatea el aire y se lanza sobre el poncho rojo que lo provoca.
Los toros de Casabindo son overos gigantes de cabezas gachas y cuernos afilados. El griterío de la gente acompaña los torpes movimientos del animal, mientras el torero evita los embates con saltos certeros. De la multitud parte un feroz ¡oooole!.
En la historia del Toreo de la Vincha alguna vez la sangre se mezcló con la arena, en un domingo de agosto, cuando el toro fue más ligero que los provocadores.
Desde el alba del 15 de agosto los fieles colman la iglesia del pueblo para oir misa y acompañar la procesión de la Virgen. Los creyentes vienen desde más allá de la laguna de Guayatayoc, la que un día se secó y dejó sin aguada a los grandes arreos. Los viejos pobladores cuentan que cuando el cauce de la laguna se convirtió en una franja seca y polvorienta comenzó el ocaso de Casabindo.
Pero nada pudo con esta tradición taurina. Después de la corrida y las procesiones se escuchan las cajas copleras, instrumentos melancólicos que suenan mejor en manos de los puneños. Algunos se animan con la danza de los suris, un extraño baile de ritmo frenético donde el cuerpo se cubre con plumas de suris, el pequeño avestruz cerreño.
Y al final del día, cuando las sombras caen sobre el caserío y sus 500 almas, los coyas preparan la corpachada, ceremonia en la que se alimenta a la madre tierra -la Pachamama- cuyo culto se venera durante todo agosto. Un plato con la comida más suculenta se derrama en un hueco cavado en la tierra.
Mientras se elevan plegarias a la Pachamama, rogando prosperidad para el año, que comienza en agosto, se escuchan los aires alegres del carnavalito y todos salen a bailar en las arenosas calles de Casabindo.