La máxima política que subraya que en un período de cuatro años los dos primeros sirven para gobernar y los dos últimos para hacer campaña por la reelección recibirá un cachetazo en la Argentina. Al gobierno de Fernando de la Rúa la mitad de su mandato se le escurre como agua entre los dedos y, lejos de poner proa de cara a un nuevo mandato en el 2003, muestra un rosario tan inmenso de debilidades que la máxima utopía pasa, hoy por hoy, por evitar el fantasma de las elecciones anticipadas.
El que mejor entendió el cuadro de situación es Raúl Alfonsín. El día después de las elecciones del 14 de octubre se asemejará para el oficialismo a un campo de batalla arrasado por la debacle. El PJ le arrancará a la Alianza (o lo que quede de ella, si es que algo queda) la primera minoría en Diputados y seguirá ejerciendo un poder discrecional en Senadores. Si se le suma a este escenario la realidad inmodificable del mapa de las provincias, mayoritariamente gobernadas por el peronismo, lo único que puede garantizar la viabilidad en el tiempo de este Ejecutivo nacional es un gran acuerdo político con la oposición. De eso están hablando Alfonsín y Eduardo Duhalde, quienes, tras la contienda electoral en la provincia de Buenos Aires, tendrán la difícil tarea de articular algo parecido a un Pacto de la Moncloa, pero a la Argentina.
La insoportable levedad de la actual gestión contrasta con la angustiante situación que vive la mayoría de los argentinos, fluctuante entre el pesimismo y la depresión (ver página 16). El drama del gobierno es haber tirado al oficialismo por la ventana. ¿Quién defiende hoy a De la Rúa, más allá del todoterreno Chrystian Colombo y del pragmatismo a la peronista de Patricia Bullrich?
La diáspora peronista
Aunque para que la idea "del gobierno de salvación nacional" no quede trunca, como cada una de las iniciativas que tuvo el diletante poder central, se necesitan ciertas premisas. La primera es que el PJ deje de parecerse a una confederación de líderes territoriales y logre al menos delinear un círculo de poder real. La segunda necesidad parece haber tenido resultado satisfactorio para la Casa Rosada: la crisis va camino a devorarse las chances presidenciales de Carlos Ruckauf, quien, mientras estuvo primero en los sondeos, jamás le puso mala cara a la idea de comicios anticipados.
"El PJ tiene hoy dos candidatos: Carlos Reutemann y José Manuel de la Sota", sorprendió la semana pasada el influyente consultor porteño Rosendo Fraga. "Es verdad, Santa Fe tiene con Reutemann la primera oportunidad de tener un presidente. Es lo que dicen todos en el gobierno", reveló el viernes a La Capital un secretario de Estado, quien pidió que se mantuviera su nombre en el anonimato.
El que intentará que el dueto se convierta en trío es Duhalde, quien ganará ¿por paliza? las elecciones en Buenos Aires y se dedicará a abonar la gobernabilidad, tratando de seducir a la esquiva clase media. "Es muy posible que ese escenario se derrumbe con una pelea de fondo entre Duhalde y Ruckauf. Ese combate haría que se neutralicen y cumpliría la tradición de vedarles la Presidencia de la Nación a los que alguna vez gobernaron Buenos Aires", describe (y desea) uno de los pocos operadores full time que tiene Reutemann.
No resultó una casualidad que, días atrás, Domingo Cavallo haya sublimado hasta la exasperación al Lole. La misma melodía entonó con periodistas cordobeses, pero esta vez el destinatario fue De la Sota. El hoy alicaído ministro de Economía sabe que solamente puede obtener un respaldo condicionado, pero respaldo al fin, de un puñado de gobernadores peronistas.
El particularísimo concepto de unidad nacional que con escuadra y trazo fino diagrama el arquitecto Alfonsín cierra con el jefe del Palacio de Hacienda eyectado como un misil.
Pero ninguna realidad se puede modificar con la política arrodillada e impotente frente a los nuevos ¿fantasmas? que recorren el país: los mercados y las calificadoras de riesgo.
Entre las góndolas
La crisis de la política se resuelve con más y mejor política. Los dirigentes partidarios deberán actuar con la austeridad y la transparencia de los monjes trapenses, la dedicación y la puntillosidad de un orfebre y la vocación de un seminarista. (Para saber cuál es la temperatura de la gente respecto a los políticos, remitirse a lo sucedido con Horacio Usandizaga entre las góndolas de un supermercado rosarino).
Las lealtades ideológicas y las tradiciones partidarias hoy sólo sirven para ganar una interna. Como señaló el historiador Tulio Halperín Donghi: "La gente antes buscaba en el presidente una figura paterna y ahora quiere un plomero que domine su oficio".
La situación social tiene tanta hondura y gravedad que se parece al agujero sin fin. Claro que para remediarla, no alcanza con un único plomero. Sería sano que la "unidad nacional" se utilice para enfrentar a los que se quieren llevar puesto al gobierno y a la idea de un país más justo en la distribución del ingreso.
La economía es demasiado importante como para dejarla solamente en manos de algunos economistas.