Se llama Elisa y desde hace 20 años es enferma. Es todo lo que conozco de ella. Es todo lo que me fue posible averiguar en los contados minutos que compartimos ayudando a un necesitado. Tal vez nunca más se crucen nuestros pasos. Pero ese brevísimo tiempo me alcanzó para reconocer en ella a una persona solidaria. Lo curioso es que hasta que ella intervino tanto yo como otras personas contemplamos desde un bar a ese adolescente lustrabotas cuya nariz manaba sangre y buscaba entre los desechos de un contenedor de basura algo con que detener la hemorragia. Varios advertimos la situación del necesitado pero seguimos indolentes nuestro camino. Pero cuando Elisa se detuvo y se hizo cargo del problema yo supe que se trataba de alguien que sabía lo que debía hacerse. E inmediatamente me puse a su servicio. Se notaba que en ella esa conducta era habitual y que no deja de sorprender y de reavivar nuestra esperanza por un mundo mejor. Un mundo en el que la globalización de tantos infortunios pueda redimirse con testimonios auténticos de solidaridad. Juan C. D'Andreta
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