| | Editorial Las lecciones de la crisis
| La sensación por la que muchos argentinos transitan constantemente a lo largo de estas difíciles jornadas es la de que el país se aproxima, sin prisa pero sin pausa, a un abismo. Es que pese al notorio esfuerzo que representó la sanción de la dura y en muchos aspectos gravemente injusta ley de déficit cero, la reacción de los mercados fue continuar con la embestida contra la economía nacional, poniendo en serio peligro la mera viabilidad de la Argentina. Aunque, ¿se puede esperar de esos tan anónimos como poderosos sectores una actitud distinta que la defensa de sus intereses? ¿Resulta atinado demandarles comprensión, una reacción aunque sea mínimamente parecida a la solidaridad o apenas -tal como lo sintetizó el mismo Domingo Cavallo- "una chance"? Visto está que no. Esas son las reglas del juego, y a ellas habrá que atenerse. Tampoco sirve, con respecto a lo expuesto con antelación, la queja. Nada resuelve. Por esas razones resulta tan valioso el manifiesto apoyo expresado por los mandatarios estadounidense y británico a las rigurosas medidas de austeridad recientemente adoptadas por la República. Tanto George W. Bush como Tony Blair fueron explícitos en su respaldo; es que ellos representan a intereses también poderosos, pero en absoluto anónimos. Y aunque el volumen de la economía argentina no significa, mal que les pese a sus sufridos habitantes, un peso decisivo en el balance del equilibrio mundial, no caben dudas de que el país constituye, al menos, un definido compañero de ruta de las políticas de las potencias occidentales y, además, un elemento decisivo en el mantenimiento de la armonía regional. Motivos más que suficientes para merecer ayuda. Pero lo que ha quedado a la vista es que las potenciales soluciones mágicas se han desvanecido. Una larga cuesta es la que habrá que remontar si se pretende llegar a una meseta. El deterioro de la situación es tal que recuperar la confianza de los espantados inversores no será sencillo. Y habrá que hacer hincapié, esta vez, en atraer capitales sólidos, y no a las previsibles golondrinas que parten una vez culminado el verano. La buena voluntad ya ha sido demostrada. El ajuste de cinturón, que tanta injusticia trae aparejado, ya fue pautado y ni un centímetro más debe recorrerse por ese camino. Los peligros más inmediatos parecen haberse diluido momentáneamente, a causa del espaldarazo norteamericano. Ojalá que predomine la cordura y los ánimos se calmen. Estas son horas decisivas para los argentinos. Que el barco llegue a puerto será por el bien de todos.
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