| | Reflexiones Dos de la mano
| Sebastián Riestra
Otro día de bronca en la ciudad. Bocas torcidas, gestos duros, ojos brillantes. La protesta y el miedo, la impotencia y la incertidumbre. Un país que no cesa de atravesar encrucijadas y la gente que de nuevo paga el costo de muchas cosas que en realidad no entiende demasiado. Sólo sabe que el papel de víctima no es intercambiable. Mediodía, calor inesperado. Primeros días de agosto y parece enero. Más allá de la crisis, la vida sigue su curso cotidiano. Los chicos, los hijos de este presente, son los que resisten desde la pureza el avance incontenible de las preocupaciones. Y, también, uno de los escasos manantiales de los cuales aún brota un poco de alegría. Todos a la escuela: las vacaciones de invierno ya se terminaron. Vuelven los juegos de recreo, la popa, las figus, y los cuadernos regresan borroneados dentro de las sufridas mochilas. La cosa está dura pero lo que pasa no es más fuerte que la sonrisa de los pibes. Papá y la nena caminan de la mano y ese lazo permanece inconmovible. No puede decirse lo mismo de muchas realidades que alguna vez fueron la Argentina. Pero no hay que lamentarse, hay que seguir. Mamá y su nene caminan de la mano y ese amor ilumina los costados de la oscuridad. Ella ha cocinado para él, y papá ha preparado el desayuno de la nena. Se darán un beso al despedirse, los chicos se sentarán en los pupitres y el río no se detendrá, ya no falta tanto para que sea primavera. No es tan fácil verlo y mucho menos percibirlo, pero aquellos que abran los ojos y miren a su alrededor perderán de golpe toda duda. Es así, no hay con qué darle: pese a que algunos se empeñen en destruir, la ternura sigue construyendo el futuro.
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