Carlos Roberto Morán
"Las mujeres eran pocas en aquel universo de desiertos, vientos y ríos que iban a ninguna parte. Los hombres, también. Sobraban las ovejas. Y los caballos, quizás. Y los indios morían, silenciosos, envenenados por las enfermedades de los blancos", escribe Andrés Rivera con su inconfundible voz. Estamos en el Sur del Sur, en el extremo de la Patagonia donde todo es frío, viento, soledad. Donde manda una Compañía todopoderosa, totalitaria. Allí, en ese extremo ruinoso del mundo, se ha radicado Milton Roberts con su hijo Byron, que logra sobrevivir cuando la Gran Empresa decide tomar venganza sobre el padre porque ha osado negarse a cumplir con uno de sus imperativos: entregarle la tierra de la que es propietario. Después de ese episodio vendrán la vinculación de Byron con un comisario de nombre también extranjero, Bill Farrell, y con la mujer de éste, Rosario. Y más tarde cómo Byron saldrá en la búsqueda de tres hombres -El Sargento, El Apure y Braulio Ojeda, "Rosita"- que han infamado a una mujer desconocida y que son también aquéllos que enviados por la Compañía dañaron a su padre. Y lo poco, pero sustancial, que ocurre después. Escueto, espartano, Andrés Rivera con su voz cada vez más rigurosa, se presenta con "Hay que matar para contarnos una nueva historia tan contenida como violenta narrada con ese mínimo de exposición que se ha vuelto su inconfundible carta de presentación y en la que quizás debamos encontrar una metáfora de la matriz que parió este país de hoy, violento y desencontrado. En el Sur del Sur de los años veinte todo parece ser expoliación, ausencia de explicaciones, aplicación de la ley del más fuerte y también la de esa otra ley no escrita pero sempiterna como es la del Talión. Roberts es violento porque violento son el paisaje, la brutal soledad, la constante presencia de los poderosos que establecen sus leyes, sus prerrogativas, que imponen sin aclarar nunca nada. En sus últimos libros Rivera ha dejado de lado ese acercamiento tan particular que efectuó sobre la historia y sus grandes personajes (Castelli en "La revolución es un sueño eterno", Sarmiento en "El amigo de Baudelaire", Rosas en "El farmer") y ha hablado sobre la otra historia, la de seres del común a quienes, no obstante, los han afectado los acontecimientos, los hechos de un país en el que las "grandes mayorías" o el "campo popular" han perdido reiteradas batallas. Y ha narrado con su particular tono y, digamos así, desde una posición moral y particular, tales relatos: "Tierra de exilio", que refiere al "presente", "El profundo Sur", que nos remite a la Semana Trágica de 1919, y los diversos cuentos que componen "La lenta velocidad del coraje", que son los libros de sus últimos años gestados en su retiro de la ciudad de Córdoba donde, por otra parte, recientemente había dicho que ya no iba a seguir escribiendo. Felizmente no ha ocurrido así, puesto que además de esta lacerante historia de flamante aparición, confiesa estar reelaborando "El precio", su primera novela aparecida en 1959, al tiempo que anticipa la escritura de otra novela, "Guido", sobre un dirigente sindical izquierdista a quien le aplicaron la ley de residencia en la Argentina y debió volverse a la Italia de Mussolini.
| Andrés Rivera no cumplió su promesa de dejar de escribir. | | Ampliar Foto | | |
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