| | Editorial Los rostros del ajuste
| La Argentina atraviesa tiempos difíciles. Momentos en los cuales las viejas recetas parecen haberse convertido en papeles destinados al cesto más próximo. Epocas de rigor e incertidumbre, pero con un indudable potencial creador. Es que el fin de muchas cosas puede ser entendido, también, como un futuro nacimiento. Porque a esta altura ya resulta indiscutible que las reglas de juego deben ser modificadas. De ello da testimonio la dramática votación de anteayer del Senado nacional, que finalmente sancionó el déficit cero. Y la atípica protesta de ayer, encauzada a través de medios distantes de los tradicionales, se erige en una nueva señal de los cambios. Ambas caras dan forma a una única moneda. La medida de urgencia que significó el ajuste, que al decir de un analista económico citado por un matutino porteño en su edición de la víspera permitió que el país pasara, milagrosamente, de una sala de velatorios a otra de terapia intensiva, se erigía como inevitable si es que pretendía evitarse que la Nación se precipitara en el abismo que constituye la cesación de pagos, el tan temido "default" que se ha enseñoreado del discurso de los técnicos, los políticos y hasta los ciudadanos comunes. Pero, de nuevo, los que pagan el costo son los más débiles. Esos que ayer salieron a las calles y cortaron rutas. Esos que acaso ya no tienen demasiado que perder. Y que sin dudas son motorizados y estimulados por portavoces de ideas maximalistas, que apuestan al naufragio confiando en que así podrán tomar el timón de la nave. Claro que se trataría de una nave hundida. Pero eso, en este momento, no reviste tanta importancia. Es que tales discursos no se propagarían de no encontrar un adecuado caldo de cultivo. Y un recorte como el que se acaba de decidir, con la dosis de injusticia que conlleva, contribuye a crear un ambiente propicio. Es que lo que corresponde concretar ahora no es otra cosa que la reforma del Estado, para limpiarlo de burocracia, para otorgarle dinamismo, para conferirle visos de contemporaneidad en un mundo ferozmente competitivo. No es haciendo pagar a justos por pecadores (lo que se ha hecho, la solución de urgencia) como se resolverán los graves problemas. Se lo logrará con lucidez, con responsabilidad, con decencia y con coraje político. Es que sólo un Estado eficiente podrá convertirse en un Estado solidario. A partir de entonces podrá erigirse en el amparo que a gritos reclaman los más débiles. Y acaso en ese instante, como por arte de magia, los piquetes se diluyan en el olvido.
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