Cuando Marcos llegó por primera vez su ficticia actitud entre soberbia y desafiante podría haber hecho pensar a un escucha no entrenado para qué viene. "Vengo porque mis viejos se quejan de que no estudio, me dicen vago, bueno, por lo menos ya no me dicen burro, no soporto esa palabra".
Y no fue una sino muchas maestras y variados los institutos que "le pusieron" a Marcos, así fue "zafando" como decía él y si bien había repetido algunos años estaba intentando finalizar su escolaridad secundaria o polimodal actual.
Pero le resultaba difícil. "No me puedo concentrar", decía. "Yo estudio pero los profesores me hacen preguntas que no estaban en el programa. No sé qué querían les dijese".
El caso de Samanta fue similar aunque con algunas variantes, siempre había requerido ayuda extraescolar pero también había recibido múltiples y diferentes terapias "porque iba mal en la escuela, se distraía, no entendía, no completaba los trabajos y cada vez se tornaba más violenta y desafiante".
Estos jóvenes transcurrieron y sufrieron la mayor parte de su escolaridad como una tortura; con su autoestima hecha trizas disfrazada de la rebelión y el inconformismo propios de los estados de crisis y angustia de los adolescentes; con situaciones invalidantes para los procesos de aprendizaje pedagógico, es decir los aprendizajes sistematizados y formales de la institución escolar.
Estos jóvenes creían que no eran inteligentes, que no eran capaces de realizar nada, que lo único que querían era que los dejaran en paz pues ellos no podían.
La premisa fundamental de nuestro trabajo se centra prioritariamente en responder a estos interrogantes. No se puede ayudar a nadie sin intentar responderlos pues es a partir de su resolución como se arribará al diagnóstico, que deberá ser diferencial. Esto quiere decir que deberán establecerse de la manera más precisa posible las causas que determinan la problemática, y si bien generalmente pueden ser múltiples y variadas, existe un foco dominante que subordina a los demás. Foco que puede estar a nivel neurofisiológico, psicológico o social, aunque lo más común sea una combinación que afecte todos los niveles.
Para ello utilizamos una herramienta insustituible como la investigación neuropsicológica que permite comprobar si las llamadas funciones psíquicas superiores o funciones cerebrales superiores presentan algún grado de compromiso y si estos guardan relación con procesos neurofisiológicos distorsionados.
En los casos descriptos pudimos comprobar que estos jóvenes eran portadores de un trastorno neurológico del aprendizaje del lenguaje llamado retardo afásico o disfasia infantil.
Estos trastornos, si son detectados tempranamente y tratados, no comprometen la inteligencia puesto que afectan únicamente la comprensión del lenguaje. Aquí vale una aclaración, el lenguaje no es meramente un instrumento para comunicarnos con los demás sino que es el medio mediante el cual los hombres pueden comunicarse con ellos mismos a través de la autorreflexión. Si bien pensamos de distintas maneras, es mediante el leguaje como podemos avanzar en el desarrollo del pensamiento abstracto, en el aprendizaje de los conceptos científicos, en la comprensión del lenguaje de las ciencias propio de los conocimientos que se construyen en el aula.
Los trastornos afásicos pueden revertir diferentes grados de severidad. En los cuadros más severos los problemas en la comprensión verbal se manifiestan ostensiblemente en los primeros años de vida, provocando no sólo incomprensión verbal (no entender lo que se escucha) sino marcados trastornos en la elocución. Se trata de niños que no hablan o demoran mucho tiempo en hacerlo y cuando lo realizan su lenguaje puede resultar ininteligible para los demás.
En los cuadros moderados las manifestaciones distorsionadas pueden observarse tanto en el lenguaje oral (olvido de vocablos, sustituciones de fonemas, dificultades para mantener la coherencia temática), como en la actividad conductual, por ejemplo no responder a llamados, olvidar y no interpretar consignas, dispersarse, imposibilidad de sostener la atención voluntaria, ocasionando muchas veces hiperactividad y otros síntomas similares a los de los niños diagnosticados como déficit atencional.
Los cuadros leves, no obstante presentar un mejor pronóstico que los demás, resultan ser los más complejos porque generalmente no son detectados a tiempo y concurren a la consulta especializada con posterioridad a la instrumentación de pautas pedagógicas, como podría ser el apoyo escolar, que no son las adecuadas si se resuelven independientemente de la participación de un equipo interdisciplinario, que en estos casos específicamente deberá contar entre sus miembros con un terapeuta del lenguaje.
Dado el carácter leve de estos cuadros su detección en los primeros años de vida o de escolaridad inicial resulta sumamente difícil puesto que es social y pedagógicamente aceptado que cada niño tiene sus tiempos de aprendizaje y que por ende deben respetarse sus procesos de adquisición que ya se lograrán con la madurez. Pero no todos se logran.
Prisioneros de las palabras.
Acorde a las etapas del pensamiento, la nueva pedagogía debe apoyarse, fundamentalmente en este nivel (inicial), en actividades sensoperceptivas concretas, es decir conocer lo que se ve y se toca. Pero para conocer lo que no se ve ni se toca se necesita del lenguaje, de las palabras que sustituyen la realidad y a veces la deforman, que nos permiten remontarnos al pasado, que nos permiten reflexionar en nuestro presente e imaginar y planificar.
Es por ello que es en los años superiores de EGB cuando se manifiestan con más evidencia las dificultades de los niños con trastornos lingüísticos (afásicos), dado que no pueden comprender satisfactoriamente textos no narrativos y sin estimulaciones sensoperceptivas (ilustraciones), les resulta inaccesible descifrar el subtexto o el sentido implícito de un chiste o un refrán, las expresiones y estructuras oracionales no lineales o comparativas y las sutilezas lingüísticas, constituyéndose así en prisioneros de las herramientas que permitieron a los hombres volar sin máquinas, pero que también les permitieron crear las máquinas que les harían volar
Si bien es real que los datos oficiales referidos a la incomprensión lectora manifestados por un significativo número de estudiantes en las evaluaciones de ingreso universitario no pueden atribuirse a patologías neurolingüísticas del lenguaje, no menos cierto es que ello nos debe hacer reflexionar respecto a patologías sociales generadas por formas, modalidades y medios de intercomunicación humana que no favorecen sino por el contrario interfieren el desarrollo y el progreso social del homo sapiens.
Marcos y Samanta en algunos aspectos son un ejemplo de cómo los mandatos y creencias sociales influyen en los resultados de un abordaje terapéutico específico. El varón de nuestra historia fue estimulado y contenido por sus padres que se comprometieron con el tratamiento, se siguieron todas las indicaciones terapéuticas, consulta con neurólogo especializado en lenguaje, organización y contacto permanente entre la institución educativa y el equipo terapéutico.
Por el contrario, la mujer de nuestra historia, si bien en una primera etapa del tratamiento cumplió con las indicaciones y sugerencias del equipo logrando finalizar su escolaridad secundaria, las expectativas propias y del entorno familiar sólo llegaban hasta ahí.
Rut Debiasi, fonoaudióloga
Susana Brusa, psicóloga