Año CXXXIV
 Nº 49.191
Rosario,
sábado  28 de
julio de 2001
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Multitudinaria peregrinación para recordar al santo de los enfermos, San Pantaleón

El arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina, cardenal Jorge Bergoglio, exhortó ayer a poner el hombro en medio de "las pálidas que nos están pasando y que nos dan pena", en el marco de la multitudinaria peregrinación que ayer se hizo por la recordación de San Pantaleón, el patrono de los enfermos, que se venera en el santuario homónimo del barrio porteño de Mataderos.
En tanto, el rector del templo, presbítero Jordi Sabaté, aseguró que los argentinos "estamos enfermos de muchas enfermedades, algunas de ellas sociales, que nos llevan a esta situación" y, tras marcar que "la gente viene agobiada por los problemas sociales y económicos", instó a quienes tiene mayor responsabilidad a "cuidar mucho más la salud moral que otros".
La gélida jornada no impidió que miles de fieles concurrieran al templo para agradecer y pedir al protector de los enfermos y patrono de los médicos, cuyas fiestas patronales este año llevaron por lema "Ten gamos pasión por el bien".
Los peregrinos llegaron a pie, en colectivo e incluso en micros especialmente charteados desde varias provincias, Paraguay, Bolivia, Perú y Uruguay, para multiplicar los gestos de oración, solidaridad y esperanza al santo que entregó su vida por los demás.
Desde el altar levantado en las puertas de la iglesia, el cardenal Bergoglio subrayó que "nuestro pueblo tiene amistad, solidaridad, nuestras familias tienen solidaridad. Cuánto bien se hace calladamente. Cómo desde tanta pobreza ayudamos a tanta pobreza. Eso es algo bueno", enfatizó el Primado en su homilía. Bergoglio también pidió a la concurrencia que mire a su alrededor para vivenciar la esperanza humana que allí se hacía presente.
San Pantaleón fue un famoso médico de la escuela de la corte imperial de Nicomedia nacido en 282 en Estambul, en el Asia Menor, donde estudio bajo la tutela de su padre, un senador romano.
Fue martirizado en varias ocasiones por orden del emperador Dioclesiano -introducido en una caldera de plomo derretido, lanzado al mar, enviado al Coliseo para ser devorado por los leones, tirado a un barranco-, martirios de los que siempre salía ileso, hasta que el 27 de julio del 305 murió tras ser atado y azotado en el tronco seco de un olivo.
Cuenta la historia que una mujer que asistió a su muerte recogió su sangre, que recorrió todo Occidente y desde 1616 se conserva en el monasterio madrileño de la Encarnación en una ampolla de cristal.


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