| | Editorial Ciencia y ajuste
| El caso de la investigadora rosarina que creó dos valiosas variedades de trigo transgénico y no cobra su sueldo desde hace ocho meses -difundido en su edición de ayer por La Capital- no parece constituir, lamentablemente, excepción alguna en el duro país de la crisis. Pero muchas de las preguntas que surgen al enterarse de los dramáticos pormenores merecen intentar, cuanto menos, un esbozo de respuesta. Es que lo precario de la realidad económica actual no admite demasiadas objeciones. Y difícilmente puedan ponerse reparos al concepto de déficit cero que intenta en estos momentos plasmar el gobierno de la Nación para administrar el Estado, más allá de expresiones fundamentadas exclusivamente en la buena voluntad o, en el peor de los casos, en demagogia de la más pura cepa. Pero -se dirá- cuál es la relación entre el recorte y la situación de María Lucrecia Alvarez, la joven y talentosa investigadora de la ciudad que plasmó un trascendente avance científico en el marco de un contexto francamente desalentador y que ya tiene nada menos que cuatro ofertas para partir rumbo a los Estados Unidos, donde le ofrecieron pagarle por su trabajo hasta cuatro veces más de lo que le ofrece cualquier organismo público argentino. La relación esbozada puede plantearse, acaso, por medio de la crucial noción de eficiencia. Es decir, si la poda a nivel estatal resulta inevitable, ¿por qué no invertir los recursos reales de la manera más adecuada? Traduciendo, ¿qué sentido tiene gastar en innecesaria burocracia o en puestos de trabajo cuya utilidad reviste apenas un aspecto simbólico en vez de optar por que personas como María Lucrecia Alvarez puedan desarrollar su actividad, tan útil en el marco de un país tradicionalmente agroexportador como la Argentina? ¿Por qué no eliminar irritantes canonjías (sobre todo en el terreno de los gastos políticos) a fin de favorecer a quienes verdaderamente merecen ser favorecidos? Se afirmará, tal vez, que el Estado no puede partir de parámetros tan rigurosos, semejantes a los que podría aplicar el sector privado. Pero tampoco es posible sostener, menos aún en el presente, el concepto de un Estado paternalista, que conceda empleo y tolere privilegios como si de un gesto caritativo se tratara. No es para eso que la gente se esfuerza en pagar los impuestos. A partir de la implementación práctica de la noción de eficiencia, muchos científicos de valía -como la joven rosarina- elegirían quedarse. Y ayudar, con su capacidad y tesón, a sacar a la República del marasmo que la aqueja. ¿Utopía? Sin dudas, los antecedentes no parecen ayudar a que propuestas como la anterior se transformen en hechos. Pero el futuro de la Nación toda está en juego. Y modificar la realidad no es posible sin una cuota de objetividad y una impronta de coraje.
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