Avido de encontrar el camino de la salvación en estos tiempos de oscuridad, el presidente Fernando de la Rúa busca en la receta irlandesa una fuente de inspiración para su política económica. Con ese ánimo recibió al primer ministro de ese país, Bertie Ahern, quien recogió en Argentina los aplausos oficiales por el milagro producido durante la última década en la menor de las islas británicas.
Con una tasa de crecimiento del 9% el año pasado y un índice de desempleo del 4%, Irlanda pasó en diez años de ser una de las cenicientas de Europa, cuya principal exportación era la de mano de obra barata, a ostentar la categoría de "tigre" con la que se calificó en su momento a los países emergentes del sudeste asiático.
Este país, que en sus últimos siglos de historia reconoció más penurias que éxitos, es hoy el segundo exportador mundial de software, detrás de Estados Unidos, sus consumidores son los que ostentan el mayor poder adquisitivo per cápita del viejo continente y su economía desplazó a la misma Gran Bretaña en el ranking de receptores de inversión externa. En comparación con el derrotero de los países del sudeste asiático, los economistas ortodoxos gustan calificar a Irlanda como el "tigre celta".
Pero es la génesis de este big bang lo que más seduce a De la Rúa. Al menos la parte de la historia que dice que el milagro comenzó cuando el gobierno conservador de Charles Haughey decidió en 1987 aplicar una drástica reducción del gasto público y proclamar el objetivo del déficit cero para terminar con una crisis fiscal y económica muy similar a la que hoy enfrenta a la Argentina.
En ese año, Irlanda tenía un desempleo del 15%, una deuda per cápita que triplicaba a la de México durante el Tequila y una corriente emigratoria que alcanzó a 200 mil personas. A poco de andar, la política de reducción del gasto primario (bajó del 40% al 35% del PBI) encontró el consenso de la oposición laborista y de los sindicatos, y fue acompañada además por una paulatina introducción de estímulos fiscales para la inversión y crecientes inversiones en educación.
El milagro
Los resultados no fueron inmediatos, y el programa de ajuste pasó tres años sin ver resultados, pero para principios de la década del 90, el círculo virtuoso comenzó a rodar. El crecimiento acumulado entre los años 93 y 97 fue del 40%, un indicador muy superior al de los países industrializados.
Hoy Irlanda no sólo dejó de expulsar a su gente al exilio económico (una constante histórica en ese país) sino que es cada vez más receptora de migrantes económicos de otros puntos del planeta. Con una economía saneada, es además la tierra de desembarco de la nueva generación de inversiones norteamericanas en Europa, sobre todo las que tienen que ver con la alta tecnología.
Desde el punto de vista de los economistas celosos de la sanidad fiscal, el de Irlanda es un caso para exhibir, por el éxito que implicó una política de ajuste rodeada de un importante grado de consenso político. Rogelio Pontón, director de Investigaciones Económicas de la Bolsa de Comercio de Rosario, estimó que ese ejemplo puede conjurar los miedos de quienes ven en las políticas de reducción del gasto un estímulo a la recesión. Sin embargo, es enfático a la hora de "hacer comparaciones exageradas entre países que tienen características diferentes, que están ubicados en lugares muy distintos, y que siguen teniendo sus problemas".
Irlanda tiene 4 millones de habitantes y un PBI de 72.300 millones de dólares (Argentina tiene más de 30 millones y un PBI de 250 mil millones), y la combinación de un mercado muy chico a nivel interno y su pertenencia a la Unión Europea, se combinaron para darle a su economía un fuerte perfil exportador. Antes del ingreso a la comunidad, el grueso de las ventas (sobre todo productos agropecuarios) tenía como destino a Gran Bretaña. Hoy el Reino Unido explica apenas el 24% de las ventas, en un amplio universo que incluye a Alemania, Francia, Holanda y EEUU, y que se compone básicamente de tecnología informática, productos farmacéuticos y químicos.
El apoyo europeo
La casa común europea también le permitió beneficiarse con una inyección de 8 mil millones de dólares del Fondo de Desarrollo que la comunidad integró para apoyar el despegue de las naciones más rezagadas, como España, Grecia e Irlanda. "Han tenido un poco de suerte, porque no es lo mismo ser socio del Mercosur que de la Unión Europea", comenta un economista local, que se previene de las comparaciones fáciles.
Desde este punto de vista, señaló que "no existe una sola causa que explique el crecimiento económico, por lo cual es aventurado decir que Irlanda crece porque hizo un fuerte ajuste o porque orientó sus planes educativos a la formación de profesionales en informática". Al menos, insistió, "no está claro que estos factores hayan pesado más que la incorporación a la comunidad europea".
Con todas las prevenciones, Irlanda ocupa hoy el undécimo lugar en el ranking de competitividad internacional, exhibe los mejores indicadores económicos del viejo continente y se ha convertido en un caso para analizar seriamente, a los ojos de muchos analistas y gobernantes del mundo.
A De la Rúa, la salida celta parece entusiasmarlo demasiado.