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La moral del político de antaño

Cuentan los amantes de anécdotas referentes a políticos de antaño que para ocupar un cargo público, éstos, aparte de probada solvencia moral, tenían que contar con un respetable aval económico. Tiempos de políticos patriotas que por un ideal lo perdían todo. Cuando cesaban terminaban en la bancarrota. Hoy el panorama es a la inversa, vienen de la bancarrota y se van ricos. Dicen que Sarmiento cuando dejó la primera magistratuta sumido en la pobreza no tenía dónde vivir. Un amigo le propone: "¡Señor!... tengo una casa en buen precio para usted". "¿Con qué quiere que la compre?", replicó el ex presidente. "Con sus sueldos que usted nunca quiso cobrar y están a su disposición en el Tesoro de la Nación". De Leopoldo Lugones, narra Ramón Columba, célebre caricaturista de los años treinta, que este insigne maestro de nuestras letras, siendo director de la Biblioteca del Consejo Nacional de Educación, trabajaba en un mísero despacho sin calefacción. No tenía secretario, asistente ni movilidad pero siempre atento al timbrazo de algún superior. Su vida terminó trágicamente y en la ruina. Elpidio González, diputado nacional, dos veces ministro y vicepresidente del doctor Hipólito Yrigoyen, debutó como político con una fortuna para aquellos tiempos de trescientos cincuenta mil pesos. Cuando lo destituyó el golpe de Estado de Uriburu tenía sobre sus bienes una hipoteca de sesenta mil pesos. Terminó viviendo en el Hotel de Inmigrantes y para subsistir vendía anilinas en la vía pública. Aquellos ilustres interpretaban a la política como una acción de patriotismo bien entendida cuya finalidad era la lucha en pos del bienestar común como reza la Constitución, no para hacerse ricos a costillas de los más necesitados.
Roberto Linares