"Vamos a gastar sólo lo que tenemos", dijo, con una inusual contundencia, el presidente Fernando de la Rúa el miércoles 11 de julio, cuando anunció un nuevo recorte de gastos que básicamente girará en torno a la reducción de salarios y jubilaciones de los estatales nacionales. A partir de ese momento a los argentinos les tocó la difícil tarea de intentar metabolizar los alcances del déficit cero, tal el sugestivo nombre elegido por los autores del plan para denominar al séptimo ajuste en los últimos tres años. A partir de ese momento, al gobierno le tocó la no menos difícil tarea de mantener el equilibrio frente al rechazo a la medida en el propio seno de la Alianza, el descontento de la oposición, la desconfianza de los inversores, el golpe de los mercados, el paro nacional, las alarmantes cifras de desempleo, y claro está, la profundización del malestar de una población agobiada por una depresión que lleva tres años y que lejos de aliviarse se profundiza.
Desde entonces, los acontecimientos se sucedieron sin pausa y dejaron poco espacio para digerir las noticias. Así hubo quienes optaron -en una búsqueda frenética por entender qué va a pasar-, por no despegarse de los auriculares haciendo zapping entre emisora y emisora; otros se dedicaron a despotricar frente a la impotencia que provoca la "poca creatividad" de los funcionarios que eligen sistemáticamente el camino del recorte para pagar intereses y deudas. Otros se deprimieron un poco más ante el oscuro presente y el vidrioso porvenir. Y algunos, a pesar del sacudón, sacaron energías de donde no las tienen para aventurar que "una vez que toquemos fondo (¿será esta vez?) vamos a salir adelante".
Entre las pocas definiciones en torno al ajuste advertido -se mencionó que las precisiones llegarían el lunes-, la Bolsa cayó a su nivel más bajo en seis años (8,16%), el riesgo país se escapó más allá de los 1.500 puntos, se multiplicaron las críticas y los organismos financieros y gobiernos del mundo se mostraron preocupados por un posible default de la Argentina. Entre términos "raros" que parecen tener demasiado peso en la definición del futuro y conductas ya habituales pero no por eso comprensibles, los desconcertados y agotados habitantes de estas tierras llegaron al fin de semana pasado.
Qué domingo
Olivos fue el escenario de un domingo poco feliz. El debate entre el gobierno y la Alianza (que lo llevó al poder), el malhumor de los gobernadores justicialistas -en alerta ante el mensaje de que deberían recortar gastos en sus provincias que ya sufren, y los atrasos en la llegada de aportes comprometidos por la Nación-, y la imperiosa necesidad de dar una señal a los mercados, obligaron a De la Rúa a salir una vez más en cadena nacional diciendo que el ajuste "no es negociable". No fueron pocos los argentinos que se sorprendieron, y no gratamente, al tropezar con la imagen del presidente intentando explicar lo inexplicable, cuando tal vez buscaban en la tele algo para distenderse a la espera del inicio de una semana que seguramente no sería livianita.
El jefe de Gabinete, Crhystian Colombo, fue el encargado de aclarar que el recorte a los estatales y las jubilaciones alcanzaría el 13%, exceptuando a quienes ganen menos de 300 pesos. Mientras lo escuchaban, más de uno sacó la calculadora; más de uno se fue a dormir con la sensación de estar protagonizando una película de suspenso, o de terror.
En medio de tantas pálidas, el "gesto amable" vino por el lado del anuncio de un tijeretazo del 26% en los sueldos de los funcionarios.
Esa misma tarde, los gobernadores de la Alianza reunidos en la Casa Rosada con el ministro de Economía, Domingo Cavallo, Ramón Mestre, y el jefe de Gabinete, mostraron los dientes en contra de las medidas. Horas antes, Cavallo -que la noche anterior vivió horas de angustia en el bochornoso casamiento de su hija a la que empleados de Aerolíneas Argentinas corrieron a huevazos en la paquetísima Iglesia del Pilar, en Recoleta- recibía noticias de que vendrían complicaciones también por el lado de los gobernadores justicialistas, que se juntaban a primera hora del día siguiente en Buenos Aires.
Con su acostumbrado perfil bajo, el gobernador de Santa Fe optó por no adelantar cuál sería su posición en el encuentro. En su entorno no había dudas: Reutemann no estaba dispuesto a resignar el dinero adeudado por parte de la Nación y tampoco estaba de acuerdo con el recorte de sueldos y jubilaciones. Recluido en su campo de Llambí Campbell, el Lole no se despegó de la tele (eligió Crónica TV) ni apagó su teléfono celular esperando novedades. A última hora de la tarde habló con el ministro de Hacienda, Juan Carlos Mercier, y le confirmó que viajarían a Capital Federal.
Mientras tanto, en las calles, en los bares, en la intimidad de los hogares no se hablaba de otra cosa: "El país está en llamas", fue la frase repetida como una sentencia ese fin de semana.
Lunes otra vez
"Quiero saber si me van achicar la jubilación de nuevo", dijo una señora de unos 70 años con voz temblorosa por una radio local el lunes a primera hora. "Me gustaría ver cómo hace Cavallo para vivir con 200 pesos", reclamaba un hombre por un canal de televisión. "Después quieren que nos quedemos en este país", gritó con ironía un chico que no superaba los 18 años ante la consulta de una periodista que intentaba saber su opinión sobre el futuro de la Argentina.
Alrededor de las 9.30 de la mañana del lunes los gobernadores del Partido Justicialista comenzaron a acercarse al edificio céntrico del Concejo Federal de Inversiones (CFI), con cara de pocos amigos. Allí se centró la convocatoria de la oposición. De elegante traje azul, Reutemann llegó solo y aunque no quiso pronunciar palabra respecto de las medidas se animó a ensayar una sonrisa ante el acoso de un periodista del programa de Roberto Pettinato que le preguntó hasta por su ex esposa.
No fue un comienzo de semana fácil para nadie. En los bancos locales se repitieron las escenas de personas que se quejaban por la escasez de dólares. Ni siquiera el Banco de la Nación Argentina que por expresa orden de Fernando de la Rúa tenía la obligación de vender moneda estadounidense pudo cubrir la demanda.
Incluso, una conocida casa de cambio del centro que tenía cash llegó a vender dólares a 1,10 peso, con lo que consiguió un negocio redondo ya que la gente no dejaba de comprar. "Hay una cosa como psicológica. Los argentinos son adictos a salir a comprar dólares en los momentos críticos", comentaba un analista de la plaza local.
Tampoco faltaron los que fueron a retirar sus plazos fijos y se chocaron con la negativa de los agentes bancarios que se resistían a que los clientes saquen la plata. Quienes fueron a cambiar cheques se encontraron con tasas inescrupulosas.
En la sucursal céntrica de un banco ubicada sobre calle Córdoba, un hombre joven, acompañado por una escribana, reclamaba enérgicamente que quería llevarse su plata: "Tengo un plazo fijo vencido y me dicen que vuelva mañana. Una vergüenza", reflexionaba sin ocultar su enojo. "Lo mismo le dijeron a otras personas, y algunos, resignados, optaron por irse", comentaba otro cliente en la misma situación.
"No es un problema de liquidez, se trata de una demora en la entrega de billetes por cuestiones logísticas", se apuró a explicar uno de los gerentes del banco.
A última hora del lunes, y después de una larga jornada de negociaciones, (se los vio a los mandatarios ir y venir, lapicera y papel en mano, acalorados y sin soltar los teléfonos móviles), los gobernadores del justicialismo -ya se había logrado el apoyo de la Alianza- decidieron respaldar las medidas aunque con algunas modificaciones y con la exigencia de que el gobierno habilite de inmediato el traspaso de los fondos atrasados.
Los mercados dieron ese día una chance: el riesgo soberano retrocedió 187 puntos y la Bolsa subió 4,8%.
El momento de mayor alivio para el gobierno llegó el martes a la mañana. Lo que persiguió incansablemente por cinco días se cristalizó: el presidente, el ministro Cavallo, Colombo, y los 14 mandatarios de la oposición se peinaron para esa foto que sería tapa de todos los diarios argentinos. Una foto en la que no abundaron los rostros felices pero que reflejó ese viejo deseo delarruista de la "unidad nacional".
Los entretelones del pacto
Olivos fue el escenario de un domingo poco feliz. El debate entre el gobierno y la Alianza (que lo llevó al poder), el malhumor de los gobernadores justicialistas -en alerta ante el mensaje de que deberían recortar gastos en sus provincias que ya sufren, y los atrasos en la llegada de aportes comprometidos por la Nación-, y la imperiosa necesidad de dar una señal a los mercados, obligaron a De la Rúa a salir una vez más en cadena nacional diciendo que el ajuste "no es negociable". No fueron pocos los argentinos que se sorprendieron, y no gratamente, al tropezar con la imagen del presidente intentando explicar lo inexplicable, cuando tal vez buscaban en la tele algo para distenderse a la espera del inicio de una semana que seguramente no sería livianita.
El jefe de Gabinete, Crhystian Colombo, fue el encargado de aclarar que el recorte a los estatales y las jubilaciones alcanzaría el 13%, exceptuando a quienes ganen menos de 300 pesos. Mientras lo escuchaban, más de uno sacó la calculadora; más de uno se fue a dormir con la sensación de estar protagonizando una película de suspenso, o de terror.
En medio de tantas pálidas, el "gesto amable" vino por el lado del anuncio de un tijeretazo del 26% en los sueldos de los funcionarios.
Esa misma tarde, los gobernadores de la Alianza reunidos en la Casa Rosada con el ministro de Economía, Domingo Cavallo, Ramón Mestre, y el jefe de Gabinete, mostraron los dientes en contra de las medidas. Horas antes, Cavallo -que la noche anterior vivió horas de angustia en el bochornoso casamiento de su hija a la que empleados de Aerolíneas Argentinas corrieron a huevazos en la paquetísima Iglesia del Pilar, en Recoleta- recibía noticias de que vendrían complicaciones también por el lado de los gobernadores justicialistas, que se juntaban a primera hora del día siguiente en Buenos Aires.
Con su acostumbrado perfil bajo, el gobernador de Santa Fe optó por no adelantar cuál sería su posición en el encuentro. En su entorno no había dudas: Reutemann no estaba dispuesto a resignar el dinero adeudado por parte de la Nación y tampoco estaba de acuerdo con el recorte de sueldos y jubilaciones. Recluido en su campo de Llambí Campbell, el Lole no se despegó de la tele (eligió Crónica TV) ni apagó su teléfono celular esperando novedades. A última hora de la tarde habló con el ministro de Hacienda, Juan Carlos Mercier, y le confirmó que viajarían a Capital Federal.
Mientras tanto, en las calles, en los bares, en la intimidad de los hogares no se hablaba de otra cosa: "El país está en llamas", fue la frase repetida como una sentencia ese fin de semana.