| | Editorial La red, milagro y peligro
| Si existe algo que defina con exactitud los bruscos cambios que ha experimentado la vida de la gente en los últimos tiempos, difícilmente podría decirse o escribirse otra cosa que "Internet". Es que la red de redes se ha erigido en un fenómeno que, a partir de la incesante disminución del valor del "hardware", ha invadido la realidad cotidiana de los lugares de trabajo y los hogares, abriendo nuevas y casi infinitas posibilidades, pero a la vez inaugurando adicciones y generando inesperados riesgos. Días atrás, La Capital titulaba en su portada, con motivo de las vacaciones de invierno y el siempre complejo arte de entretener a los niños: "Los sitios que Internet tiene para los chicos". En la nota se desarrollaban y explicaban las múltiples opciones que los más pequeños pueden explorar y disfrutar en la web. Y no sólo se hacía hincapié en los sitios destinados a la diversión en su sentido lato, sino también en aquellos portales que permiten aprender y formarse culturalmente, dentro de un marco, por supuesto, recreativo. Pero la red, esa ventana abierta a cada una de las maravillas que imaginarse pudieran, también se erige -sobre todo en el caso de la desprotegida infancia- como un peligro que no debe ser subestimado. Sucede que los más importantes beneficios que proporciona Internet tienen que ver, o mejor dicho, se relacionan íntimamente, con la libertad, esa palabra en tantas ocasiones mal usada y que por ello ha perdido gran parte de su sentido. Tal libertad, dicha carencia de condicionamientos, resulta en principio clave porque garantiza la democracia y la no injerencia en la red (al menos, determinante) de los grandes intereses, con todo su poder económico y político. Gracias a ello, la posibilidad del debate pluralizado y el intercambio de ideas sin censura previa se convierten en un venturoso suceso cotidiano. Claro que silmultáneamente se dejan abiertas todas las entradas a lo más perverso que pueda producir la mente humana. Y así, pornografía, ideologías totalitarias, xenofobia y otras lindezas por el estilo acechan detrás de supuestamente inocentes direcciones y un sencillo "click" en el lugar indicado de la pantalla. ¿Cómo evitar que los chicos, sin saberlo, se expongan a tan nocivos mensajes? La educación, implementada mediante el diálogo permanente, sigue siendo el mejor sistema. Y aunque nada garantiza una infalibilidad absoluta, debe tenerse en cuenta que no es la represión sin fundamentos el método más atinado para solucionar los problemas. Hablar y escuchar, aconsejar y estar siempre atentos, y dar libertad en la medida que se aliente a vivirla responsablemente. Acaso allí radique el secreto.
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