Indonesia, por lo menos, es un país extraño; un enorme archipiélago de más de dieciocho mil islas que emergen en el océano Indico, de las cuales muy pocas están habitadas. Con un centenar de volcanes en actividad esa es la región más volcánica del mundo, y tantas razas confluyen en estas islas que su slogan oficial -"unidos en la diversidad"-, es mucho más que eso. También es un país extraño por esa profunda religiosidad que acompaña los actos más simples y cotidianos de la vida de sus habitantes; costumbres que se tornan sencillamente incomprensibles para la mirada occidental. En la década del •70 los surfistas australianos descubrieron las playas de Bali, la isla más famosa de Indonesia. Los deportistas quedaron fascinados por sus extensas playas de arenas doradas -también las hay de extraña arena negra-, protegidas por arrecifes de corales y con el sol cayendo siempre sobre las olas. De los australianos quedaron en Bali, "la isla de los dioses", algunas de las mejores playas de surf del mundo: Ulu Watu y Padang Padang. Lo que vieron no fue muy diferente a lo que vio Marco Polo cuando llegó a estas costas en el siglo XII: extensos arrozales y flores nativas que impregan el aire de un perfume dulzón. Y en lo alto la amenazante cumbre del volcán más famoso de la isla, el Gunung Agung, que tras 120 años de silencio despertó en 1963 y puede hacerlo nuevamente. En esta Bali devenida en centro turístico hay pueblos que aún conservan la práctica de cruentos ritos ligados al culto de los antepasados. Uno de ellos, el rito de la cremación, ha pasado a ser un espectáculo para los viajeros del mundo. Para asistir a estas ceremonias hay que solicitar autorización al Ministerio de Turismo y pagar un pequeño arancel. Para estos pueblos el momento de la muerte es apenas el tiempo en que el alma abandona el cuerpo y se eleva hacia otra vida mejor. Pero esta envoltura material, este cuerpo ya sin sentido, tiene que pasar, con alegría, por la ceremonia de la purificación a través del fuego. El rito comienza cuando las familias preparan, muy hábilmente, un carro ornamentado donde además del cuerpo yacente colocan todas las cosas materiales que acompañaron a este ser humano en su paso por la vida. Cosas materiales que arderán junto a él. La cremación se realiza al aire libre y la familia ofrece comidas especiales y entretiene a los visitantes con bailes de sombras y con música al son del gamelán, un instrumento muy parecido al xilofón. Cuando todo ha pasado, después de unas seis horas, las cenizas se colocan dentro de un coco, que oficia de urna funeraria, y todos van hacia la playa. Allí sólo los íntimos navegan aguas adentro para arrojar las cenizas al mar. Una manera de honrar a los espíritus marítimos, los más temidos por los balineses, que erigieron para ellos el templo de Tanah Lot.
| Los pobladores tienen gran respeto por los ritos. | | Ampliar Foto | | |
|
|