| | Editorial Que el esfuerzo se justifique
| Finalmente llegó. El tan temido recorte de gastos se hizo realidad ayer, después de que los mandatarios provinciales del justicialismo firmaran el acuerdo y dieran su tan necesario aval a la drástica poda. De que el país necesitaba poner en caja las cuentas públicas, no caben dudas. Pero tampoco resulta posible omitir que quienes realizarán el mayor sacrificio para lograrlo son, de nuevo, quienes menos tienen. Una costumbre, según parece, muy argentina. Y por esa razón, se torna imprescindible reiterar el título de esta nota editorial: que el esfuerzo, esta vez, se justifique. El gobierno lo sabe: políticamente, se trata de su última oportunidad. El tremendismo de la frase no significa que la preciada continuidad institucional se encuentre en riesgo, ni tampoco, por cierto, que en el caso de fracasar deba partir antes de tiempo, posibilidad siempre riesgosa que, aunque está lejos de ser deseable, tampoco puede ser livianamente descartada. Lo duro de la sentencia radica en una simple lectura de la situación, que merece ser evaluada a través del infalible termómetro que constituyen la voluntad de acompañar y la paciencia que pongan de manifiesto los sectores del llamado campo popular, así como el imprescindible apoyo de los factores de poder, cada vez más poderosos. Esa difícil, casi imposible ecuación es la que deben resolver el presidente De la Rúa y su elenco, encabezado por el siempre polémico Domingo Cavallo. Y para atravesar ese angosto desfiladero tendrán que apelar a toda su inteligencia y resolución, esas mismas que hasta el presente les han, claramente, faltado. Pero si bien las cartas están echadas, dadas vueltas sobre la mesa, la partida no tiene todavía rumbo claro. Lo que sí se torna evidente es que el remedio al cual se apeló resulta casi tan cruel como la misma enfermedad que pretende curarse. Y la gente, otra vez, siempre otra vez, será la encargada de cumplir con la parte más dura del esfuerzo. Por eso, también otra vez, deberá insistirse en la responsabilidad que les cabe a quienes han optado por este espinoso camino. Y se está aludiendo, en este caso, no sólo a los aspectos estrictamente técnicos y políticos del asunto, sino al ineludible -aunque casi siempre menospreciado- plano moral. ¿Plano moral?, se dirá. Y habrá que reafirmarlo. Es que quienes deciden tamaña medida, tendrán que dar el ejemplo. Eso que ha olvidado gran parte de la dirigencia de este país en el que nacieron y por el cual ofrendaron su vida tantos hombres que jamás dieron motivo para sospecha alguna. Ojalá que el gran sacrificio que se le ordena -porque nadie, siquiera, se lo pidió- al pueblo de la Nación se traduzca en frutos concretos. Y pronto.
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