| | Sociedad ideal: la cultura de la amistad
| Si existiera la sociedad ideal seguramente sería aquella donde cada individuo funcionara perfectamente, y además obtuviera satisfacción según sus necesidades pudiendo participar de acuerdo a sus méritos. Se trataría de un encastre perfecto entre el individuo y la sociedad, eso si consideráramos al primero como unidad cerrada, indivisible, y a la segunda como una sumatoria de estas unidades más simples, con juegos de fuerzas y complejidades pero que en última instancia se resolverían también en un todo. Siguiendo esta idea cualquier desajuste o mal funcionamiento, es tildado de desadaptación o se ve a la sociedad como culpable de lo que le ocurre al individuo. Los conceptos indivisibles como mónadas cerradas, la relación lineal causa-efecto son propios del clasicismo. Esto ya ha caducado, no se trata de una relación unívoca entre causa-efecto sino de una desproporción entre ellos. El hombre descubrió que no estaba en el centro de la creación, ni en el punto medio del espacio ni aún quizá en la cima; no es ya soberano en el reino del mundo. Toda la relación del hombre consigo mismo cambia de perspectiva desde el descubrimiento freudiano. La idea de un desarrollo unilineal, preestablecido, con etapas que se presentan cada una a su turno, conforme a una tipicidad queda abolida. Con Freud y el descubrimiento del inconsciente, se manifiestan en mayor medida sus límites, ya que hay algo de "sí mismo" que no puede gobernar, algo de lo impensado que se le escapa. Sería una equivocación abordar a las ciencias humanas como la prolongación de los mecanismos biológicos, entre naturaleza y cultura hay una discontinuidad. Y los hombres oponen a la naturaleza las instituciones. En estas nadie se siente cómodo, primero porque no son casilleros estancos, aunque posean lugares bien delimitados, y personas para ocupar cada uno de ellos; segundo, que entre la función a cumplir y quien la debe ejercer algo no se ajusta, no anda. Se abre un escenario oscuro y confuso. Sigmud Freud escribe su libro "El malestar en la cultura", donde nos dice que ese lugar de malestar es el de la neurosis, pero cuidado, no confundamos malestar con marginalidad. Además toda cultura conlleva en su seno el malestar, no podría ser tal sin él. Aunque queramos hacernos entender, y nos fascinaría poder comunicar limpiamente lo que quisimos decir, siempre se dice un poco de más o de menos, la comunicación entre los hombres no es clara y precisa, el fundamento del discurso interhumano es el malentendido. Haga cada uno la prueba y verán lo difícil que es hacerse entender, perdemos horas de nuestra vida diciendo: "pero no es eso lo que te quise decir". Nadie entonces, se siente cómodo en las relaciones interhumanas. A pesar de esa incomodidad, es de esperar que el niño no quede capturado en el seno familiar; es de esperar que se le abran las puertas y pueda relacionarse con sus pares, sus semejantes, a pesar de las desemejanzas. Es que se necesita valentía para soportar la relación con la cultura, esto es lo que hace que los amigos se reconozcan y se elijan para poder enfrentar este desajuste entre el hombre y su medio. Graciela Lemberger Psicoanalista
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