| | Editorial Ante la cumbre de Génova
| Este viernes dará comienzo en Génova una nueva reunión de los líderes de los siete países más ricos del planeta a los que se incorporará Rusia conformando el denominado Grupo de los Ocho. La cumbre ha movilizado a los sectores más radicalizados de Europa y Estados Unidos hacia el lugar, donde manifestarán bajo todas las formas contra la globalización de la economía. El despliegue de seguridad que se ha implementado, habida cuenta de lo que sucedió en Seattle, no tiene precedentes y no eran pocos los que dudaban sobre la posibilidad de que pudieran deliberar. Desde luego que no merece sino rechazo cualquier forma de protesta violenta, porque no es el mecanismo para persuadir y poco puede contribuir a los cambios. Pero más allá de los pronósticos, hay que señalar que la cumbre es una posibilidad para que los líderes acerquen posiciones y modifiquen actitudes que beneficien a los países más pobres. Aunque esto parezca un imposible, vale recordar que en la reunión del último año se decidió condonar la deuda externa de los veinte países más carenciados. Lo cual implicó concretamente que decenas de miles de personas hayan podido seguir viviendo. Tan simple como contundente es el efecto devastador que provoca la deuda en los países subdesarrollados. También es una oportunidad para que revean sus posiciones sobre el comercio internacional. Ya se ha dicho demasiado sobre la prédica de las principales potencias en torno al libre comercio. Es un discurso que agitan a viva voz, pero que a la hora de cumplirlo son los primeros en transgredirlo. Los productos de los países pobres deben soportar fuertes aranceles para poder ingresar a sus cerradas economías y cuando lo hacen compiten con una industria altamente subsidiada por el Estado, con lo cual se vuelve efímero cualquier intento. Aunque no ocurre lo mismo cuando ellos deciden entrar a competir, como sucede con las patentes medicinales. Es cierto que también gravitan en las economías emergentes errores crónicos sobre manejo del Estado, de los que ya se ha demostrado su obsolescencia, y que no se modifican. Pero no se puede soslayar que quienes determinan las reglas de juego son los más poderosos y los demás deben sujetarse a ellas sin márgenes para una relación más equitativa. Por eso sería verdaderamente alentador que desde la reunión surgieran iniciativas para cambiar estos problemas del comercio global. En rigor, no sería otra cosa que empezar a resarcir, en un gesto de sensatez y racionalidad, y al mismo tiempo prevenir mayores males, de los que nadie podría quedar excluido.
| |
|
|
|
|
|
Diario La Capital todos los derechos reservados
|
|
|