| | Reflexiones El turista
| Vicente Verdú (*)
Hasta hace muy poco, el turista soportaba una consideración infame. Dentro de la noble pasión por conocer pueblos y culturas, el turista aparecía como un mirón barato que ponía más atención en el precio de una baratija que en el valor de un capitel, en el picante de una pizza que en los resoles del Partenón. En torno al maldito turista ha ido a formarse una corteza cultural compuesta por personas licenciadas, viajeros rebozados de cultura, que seguidores de alguna guía ilustrada y recientes lectores de una novela histórica ambientada en Tutankamón despreciaban al turista vulgar. Sobre estos seres cultos crecía además un entorno habitado por otros cualificados conocedores de esto y aquello, delicados observadores de las ruinas armenias, amantes de la fauna y enfermedades pandémicas en Gambia y doctos exquisitos que componían la raza pura de los viajeros como verdaderas alhajas para la aventura. En el centro, en suma, de estas especies calificadas para viajar radicaba el subproducto turístico, un artículo cultural a desdeñar o una sustancia masiva que debía sortearse en las excursiones. Tal ser apestado es hoy, sin embargo, una vez que el mundo se ha convertido por entero en parque temático, que los negocios de souvenir en San Francisco están en manos de coreanos, los de Copenhague en poder de los rumanos o en Málaga bajo la administración de marroquíes; que los karaokes de cualquier parte forman una red mundial de recién casados cantando iguales melodías y que los momumentos, uno a uno, han ingresado, reciclados y desinfectados, en los itinerarios normalizados del tour operator, el turista —digo— es una especie humana de extraordinario valor. No un ser, como antes, desplazándose como un bacilo de autobús en autobús, sino que permanentemente, noche y día, 365 días sobre 365 días, ha emergido en el mundo como una etnia, con sus costumbres, su alimentación, su cultura, sus deseos, sus ritos, y tan importante en número como son ahora los habitantes de la India. Esa masa ingente, trashumante, ha dejado de ser por completo una anécdota cualquiera de la Humanidad. Es ya la Humanidad. Una de sus porciones más suculentas, decisivas, dinámicas, humanas. (*) El País (Madrid)
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