Visitar París, ciudad soñada desde que comencé a estudiar francés hace muchos años, fue encontrarme con la luz y la belleza a cada paso. Recorrer sus calles y majestuosas avenidas fue desandar la historia, descubrir el arte a ambos lados del Sena y regocijarse con su encanto y distinción. Todos los museos son magníficos tanto en calidad como en cantidad de obras. Me referiré a uno en especial, no tan visitado por los turistas, que me deslumbró por lo que encierra: el Museo Rodin. Ubicado en el número 77 de la rue de Varenne, muy cerca de los Inválidos, fue la mansión donde viviera el famoso escultor Auguste Rodin. En una fría mañana de primavera un pequeño grupo de personas -entre las que me hallaba- hacía cola para finalmente traspasar un gran portón de hierro y tras cruzar un amplio patio-jardín, llegar al llamado Hotel de Brion, lujosa residencia que albergó sucesivamente a Rodin, al poeta Rainer María Rilke y a la bailarina Isadora Duncan. Una vez en el interior fue maravilloso descubrir las esculturas casi "hablantes" de Rodin y de quien fuera su discípula, Camille Claudel. En las salas también se pueden apreciar los Renoir, Monet, y Van Gogh de la colección particular del escultor. El otro encanto está fuera de la casa, en los prolijos jardines iluminados por rosales de diversos colores que durante la primavera restallan en todo su esplendor. Recorrer los apacibles senderos, observar las esculturas estratégicamente ubicadas, contemplar cómo el sol de la mañana las bañaba con su tibia luz, detenerme ante El Pensador para admirarlo en toda su perfección, mientras absorbía el aroma de las rosas. ¡Qué instante único, irrepetible, inolvidable para la mente y el alma! Como si esto fuera poco, coroné tan grata visita al Museo Rodin con un delicioso almuerzo en el coqueto bar, al aire libre, inmerso en los mismos jardines y rodeado de estatuas. Un incomparable oasis de arte, paz y naturaleza, aislado del ruido de la gran ciudad. Vale la pena visitarlo si se viaja a París. Liliana Olga Savignano
| |