Año CXXXIV
 Nº 49.178
Rosario,
domingo  15 de
julio de 2001
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Turbulencias de la historia mexicana
"La piel del cielo": La novela ganadora del último premio Alfaguara

Marcela Zanin

Las novelas y los trabajos periodísticos de Elena Poniatowska poseen un rasgo en común: el repaso de la turbulenta historia mexicana. Ya sea desde el monólogo de una anciana analfabeta entrevistada por la autora ("Hasta no verte Jesús mío", 1969), o desde los testimonios de los hechos ocurridos en 1968 ("La noche de Tlatelolco", 1971), o desde el formato epistolar ("Querido Diego, te abraza Quiela",1978), o bien desde las palabras de una joven paralítica (Gaby Brinner, 1980), la escritora se interna una y otra vez en los pliegues que las diversas voces ofrecen para narrar aquellos avatares.
Así, "La piel del cielo" -premio Alfaguara de novela 2001- no constituye una excepción dentro de ese reconocido plan: pero ahora se trata de contar la historia mexicana del siglo XX en torno a la figura de un intelectual -un astrónomo-. Interesante elección de la escritora, porque a la vez que le otorga la vía para reconstruir el modo en que un científico aprehende la realidad -y plantear las fascinantes contradicciones de esa mirada-, le permite trabajar sobre una figura cara a la tradición mexicana. Baste recordar, a modo de ejemplo, el nombre del poeta Don Carlos de Sigüenza y Góngora, "cosmógrafo real" de la corte novohispana del siglo XVII, autor de la Libra astronómica (una de las obras capitales de la historia científica de la Nueva España)
Esta novela se desarrolla, entonces, en torno a las circunstancias existenciales y la aventura intelectual de un hombre entregado a la ciencia de la astronomía: Lorenzo De Tena. Un personaje que a través de su formación como científico nos permite leer una fuerte crítica al modelo del intelectual liberal de los años 40 y 50. Que nos muestra, sobre todo, que un astrónomo se hace, que puede educarse fuera de las instituciones académicas en el camino de la observación y de la experiencia. A lo que se suma, luego, la guía del maestro adecuado y un heterogéneo conjunto de lecturas: filosóficas, literarias, artísticas, científicas.
Pero también, y en un sentido más general, el tipo encarnado por este personaje nos lleva a descubrir la mirada de quien instalado en el mundo de la ciencia se plantea una y otra vez las preguntas sobre el mundo de las relaciones humanas: sobre el amor y la cotidianidad.
¿Cómo pensar, entonces, el cielo?, ¿cómo entender las relaciones de este personaje con el cielo?
Si "la piel del cielo" son las estrellas, la mirada del astrónomo intenta encontrar las leyes que dominan ese universo para, desde allí, reubicar sus conflictos con la realidad. El cosmos lo convierte en otro hombre, le otorga la creencia de habitar un mundo propio mucho más real que el de la vida diaria: Lorenzo resiste la cotidianidad por la sola esperanza de volver al telescopio. Construye y proyecta un mundo en la noche, a partir de las estrellas, para vivir en la grata simetría del cielo y no debatirse a ras de suelo entre las debilidades humanas. Pero ese sucedáneo, ("Tu vida se va a convertir en lo mejor y más grande del mundo; la cotidianidad se te hará tolerable"), más que indicar el futuro cumplimiento de un destino, resaltará -en el desarrollo de la trama narrativa- aun más su fracaso final. Hará más visible su falta de entendimiento de las leyes terrestres y terrenas. Porque, si por un lado el personaje logra el éxito y el reconocimiento como científico, por otro muestra cada vez más su inadecuación respecto a las relaciones afectivas. En ellas es donde, sobre todo, las simétricas leyes de las estrellas fallan, donde las relaciones analógicas entre el individuo y el cosmos se destruyen por completo.
Tres personajes femeninos están dispuestos, entonces, en esta novela para mostrar la imposible tregua de Lorenzo con el mundo. La mujer es un enigma inaprehensible: su amante Lucía -una madura mujer burguesa de más de cincuenta años-; luego Lisa -feminista crítica, con quien convive en Harvard-, y finalmente Fausta, la mujer que trastorna la imagen de su propia vida.
¡Ninguna mujer puede llamarse Fausta!, exclama De Tena, porque, ¿cómo entender la aventura del deseo de saber ilimitado en una mujer?
Ella le propone a Lorenzo un mundo totalmente indeterminado, es la mujer que, en su extrema lucidez, le produce vértigo y cuestiona su vida. El científico no encuentra ecuación para definirla, no puede -como a una estrella- determinarla o fijarla.
Si Fausta produce en él el milagro de la renovación de sí mismo, el enamoramiento, también muestra su fracaso. La conversión del mito fáustico, del mito encarnado en una mujer produce devastadoras consecuencias en el personaje principal, destruye lo poco que de humano resta en él. Ese "diablo de mujer" es un imposible, el que lo lleva al infierno de la indeterminación, y pone, a la vez, fin al relato.
Aquel hombre que había buscado la piel del cielo como un universo alternativo a las frustraciones de lo cotidiano, aquel intelectual que como un anfibio había creído encontrar el camino entre dos medios incompatibles, el de las correspondencias entre las leyes de las estrellas y las de la humanidad, fracasa finalmente en el hallazgo de la combinación entre lo grande con lo muy pequeño. Y es esa falta de conexión, precisamente, la descubierta por Fausta.
Desde esta novela sabemos, entonces, que una cosa es la piel de cielo, y otra -bastante diferente- la piel de la que estamos hechos los seres humanos. Su recorrido desnuda el camino de soledad abierto por Lorenzo De Tena en su apasionada utopía: "Sí, esa inmensidad frente a sus ojos era suya, correspondía a la que él llevaba dentro. Millones de criaturas se movían y apresuraban, así como dentro de su cuerpo tejían una red de circuitos que retenía su vida sobre la Tierra, la textura de su cuerpo. él era su propio universo y mucho más. La ciudad desierta, nada se movía sobre la Tierra. El silencio venía de las estrellas. ¿Dónde estoy? Lorenzo respiró hondo. ¿Y si al cerrar la pequeña cúpula ya no viviera nadie, sólo las estrellas, como era su deseo?"



La escritora se interna en la sociedad mexicana.
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