| | El elegido de la semana Por las bateas. "Zepakercia"-El Ajenjo El grupo regresó con un disco denso y potente, tan oscuro como impenetrable
| Carolina Taffoni
El Ajenjo es un grupo que logra con naturalidad lo que muchas bandas locales buscan con demasiado empeño: no recurrir a los clisés musicales rosarinos y, al mismo tiempo, sentirse fuertemente identificada con este lugar, el de sus canciones. Los que hayan escuchado el disco anterior del grupo, "Esquina sirena", quedarán un poco desconcertados con este nuevo trabajo. ¿Dónde fueron a parar los aires uruguayos y las agridulces referencias futboleras? En "Zepakercia" están enterrados bajo un vendaval de rock denso, oscuro e impenetrable, un zumo que no es fácil disfrutar de un solo trago. Las influencias siguen estando ahí. Ya desde el primer tema, "El perro", la sombra de los Redonditos de Ricota se hace omnipresente en cada una de las canciones del disco, tanto en la voz y las letras de Rubén Busi como en las guitarras a lo Beilinson de Sergio Camilloni y Ezequiel Salanitro. Por su oscuridad y sus amenazantes climas de tormenta, "Zepakercia" es como escuchar "Oktubre" y "Luzbelito" al mismo tiempo, aunque sus guitarras muchas veces recuperan esa aguerrida frescura de "Un baión" o "Bang Bang". Sin embargo, El Ajenjo está lejos de parecerse a una simple fotocopia. El grupo logra capitalizar esa influencia confesa haciendo un disco de rock frontal, sin titubeos ni medias tintas, con la suficiente personalidad como para que su rock de guitarras no suene al paleolítico ni a un gran eco de las glorias pasadas de la banda comandada por el Indio Solari. Las mejores intenciones de El Ajenjo se revelan en "Historia efímera", una especie de blues pesado con ecos de Cream y Manal, donde también se descubre el potente arsenal rockero de la banda. Los arreglos de guitarra, cargados de maligna sensualidad, combinan a la perfección con la historia de amor que canta Busi. La combustión interior de la banda también hace buen fuego en "Potrillos" y "El cualógico", en las cuales el grupo se convierte en una locomotora que resopla rock and roll en medio de una lírica tan desconcertante como hermética. "Zepakercia", un himno espeso y deforme, alcanza el clímax de un disco que de a momentos parece asfixiante, aunque sus guitarras nunca se olviden de seducir. El problema se presenta cuando la música es sólo un vehículo para que las letras de Busi se expresen. Así, "Calamar", por ejemplo, suena simplona y demasiado "redonda", y "Cof cof" recurre a la misma e inagotable artillería rockera cuando todavía falta medio disco. Pero en un puñado de canciones la paciencia tiene recompensa. Ahí están "La nevada", un entretejido de metáforas sobre los presos de la cárcel de Coronda, un coqueteo de pop amplificado que explota en un enloquecido aullido de guitarras; el estribillo para levitar de "Tahúres", que hace referencia al parque Alem y los "hoteles de la calle San Juan"; el final stoniano de "Pica Dieguito"; la guitarra serpenteante de "El juego táctico", y "Zully y el junco", ese rock directo a la mandíbula que habla de dos personajes que deambulan por Echesortu. Lo mejor de las letras de Busi es que se animan a hablar de Rosario con nombre y apellido, algo poco habitual en la escena actual del rock local, a pesar de que las narraciones y los personajes de sus temas son parte de un imaginario impenetrable. Aunque es muy probable que, cuando canta sobre "celulares de perfil" o "comarca de la chatura", también esté susurrando a los gritos alguna verdad sobre este lugar, el de sus canciones.
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