Esta semana fue, sin duda, una de las más graves que atravesó el país en muchos años. Las inquietudes políticas y económicas conmocionaron a todos los estratos y sus derivaciones todavía no están demasiado claras.
El campo, como el resto, también sufrió las consecuencias de la incertidumbre, no apta para cardíacos, que se vivió en los últimos días.
Sin embargo, recibió algunas oleadas de aire fresco que, en este caso, vinieron básicamente por el lado de los mercados, a partir de significativas mejoras en las cotizaciones de los granos, las que fueron arrastradas por la firmeza de Chicago.
Es cierto que no todo el campo es la agricultura, y no es menos cierto que buena parte de la última cosecha ya no está en manos de los productores pero, aún así, el dato es positivo y constituye una señal favorable para la próxima siembra que está comenzando.
El karma macroeconómico
De más está decir que todo esto sucede en el plano de lo teórico ya que, con los índices tan negativos de riesgo país, con la elevación extraordinaria de tasas de interés y, con la suspensión -práctica- de los créditos, no hay ninguna planificación factible para el mediano plazo, independientemente de las intenciones de siembra que estén manifestando los productores.
Pero, si se partiera de un contexto relativamente razonable, incluso no más allá de los indicadores que había hace 10 ó 15 días atrás, sin duda este momento estaría siendo calificado como relativamente favorable para la campaña que se inicia.
Por otra parte, también se supo que hay una serie de instrumentos listos para tomar estado público y que serían de impacto muy positivo para el campo, tal es el caso de la eliminación del impuesto a la renta presunta, del impuesto a los intereses bancarios (especie de aberración tributaria y jurídica por la que se gravan los intereses), o el índice del factor de convergencia que es considerado imprescindible por los operadores para poder concretar operaciones de exportación a futuro, entre otras herramientas.
Ahora bien, todo este paquete se encuentra lógicamente postergado por la situación general que se vive y que no permite, hoy, hacer ningún cálculo, análisis o planificación. Pero el campo, lamentablemente, no puede parar hasta "que aclare". Necesita seguir y, de hecho, lo hace.
Tanto es así que la realidad muestra que, prácticamente, es el único sector que está funcionando, aunque sea a los tropezones. Hay arrendamientos, hay pedidos de cotización, hay "intenciones" de siembra y, por lo tanto, hay una demanda potencial de insumos desde semillas hasta agroquímicos o fertilizantes, que se va a materializar ni bien pase -es de esperar- la conmoción de los últimos días.
Seguir o seguir
Pero, si no es así, igualmente el campo va a seguir, va a producir una cosecha importante, seguirá abasteciendo de carne al mercado interno (hasta que se recuperen algunos de los mercados internacionales, probablemente más cerca del primer trimestre del año próximo, que hacia fines de este), o proveyendo de leche, verduras y frutas de todo el país.
Cómo hará todo esto es otro tema. Lo real es que el campo va seguir siendo un puntal fuerte de la economía y, especialmente para el 2002, ya se perfila como en el eje casi excluyente para el ingreso de divisas por exportación.
De ahí que sería fundamental que las autoridades consideren, aunque sea interesadamente, este aspecto e intenten aliviar al máximo la situación de un sector que aparece como el que menos conflictos le genera hoy por hoy, aunque los problemas que tienen sean iguales o mayores a los del resto.