Orlando Verna
Las sensaciones experimentadas al presenciar "Monólogos de la vagina" son quizás las mismas que la historia moderna le ha impuesto a las mujeres en el conocimiento de sí mismas. Expectativa, rechazo y entrega, en ese orden, se ponen de manifiesto arriba y abajo del escenario del Fundación Astengo cuando Betiana Blum, Alicia Bruzzo y Andrea Pietra se sientan en sus sillas para comenzar a desvendar los misterios del "centro que mira al magma", según poetizó Luis Alberto Spinetta. Hablar o escuchar hablar de la vagina alienta un halo de magia, un lugar fantástico donde no se sabe a ciencia cierta qué es real y qué fantasía, donde los límites de la ciencia se mezclan con la religión, la mitología, o simplemente, la doxa. Es así que la preocupación de la que habla Bruzzo al comenzar el espectáculo se pone en evidencia a través de un oculto nerviosismo basado en un: ¿qué vendrá? La misma pregunta que eventualmente se hacen las niñas o las jóvenes cuando piensan el futuro de sus órganos sexuales. Y ni bien se apagan las luces del teatro, un sopor de emoción controlada con mucho esfuerzo deja paso a una ansiedad que se calma a fuerza de risas y profundísimas pero descifrables reflexiones. Porque el texto de Eve Ensler no se cansa de combinar el lenguaje urbano con la psicología de bar, la investigación científica con los testimonios personalizados, las malas palabras con la emoción de la verdad manifiesta. Porque más allá de las decenas de sinónimos para referirse a la vagina y de las situaciones siempre dramáticas de la falta de libertad para expresar su real existencia, la obra se engalana con la reivindicación explícita, gritada a todo pulmón por las actrices y el público, de la concha, la cachucha, la peluda, la almejita, la tutulona, o cualquier otro anafórico. Luego, a la expectativa por saber hasta dónde llega la intencionalidad de la puesta le sigue una especie de rechazo aprendido. Aquel que envilece la conciencia y empobrece la razón, cuando se hace cualquier referencia al sexo y su entorno. Siempre es más fácil que otro diga lo que nadie se atreve a decir y sobre ese paradigma se construye finalmente la entrega del público a la osada propuesta de llamar a las cosas por su nombre. Al relax que implica esa disposición apañada por la oscuridad de la sala le siguen imágenes discursivas sobre la excitación, la mestruación, la ignorancia, la pubertad, la homosexualidad, los tampones, el ginecólogo, la violencia, las violaciones, el orgasmo y, por supuesto, la procreación. Y es en esa simbiosis entre pares que se destaca la vena actoral de dos intérpretes tan populares como magistrales. Betiana Blum y Alicia Bruzzo encarnan a la perfección la firme decisión de la autora al realizar "los talleres de la vagina" -la experiencia de consultas que Eve Ensler llevó a cabo entrevistando a amas de casas, prostitutas, jóvenes, ancianas, católicas, musulmanas, liberales, conservadoras, etc., etc. para escribir la obra- de desacralizar el tema y ponerlo en evidencia sin falsos pudores. A ellas se suma Andrea Pietra con su training televisivo sin desentonar pero lejos de la emoción que despiertan sus colegas. Así "Monólogos de la vagina" moldea una complicidad de la que se sirve para gestar este éxito artístico y de taquilla. Porque mientras el tándem Blum-Bruzzo-Pietra recorre el país, los tríos Mirta Busnelli, Cipe Lincovsky y Paola Krum, y Mercedes Morán, Juana Molina y Valeria Bertuccelli se preparan para tomar la posta. Para dejar en claro que si bien está allí abajo casi escondida, la vagina tiene su propia voz, la de las mujeres que se niegan a morir en una sociedad gobernada por los hombres.
| Tres mujeres que no aceptan una sociedad machista. | | Ampliar Foto | | |
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