Año CXXXIV
 Nº 49.171
Rosario,
domingo  08 de
julio de 2001
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El presidente tiene que reaccionar antes de que sea demasiado tarde
Pasó una semana de bochorno. Qué deben poner De la Rúa, políticos y ciudadanos para salir del pozo

Antonio I. Margariti

Sin duda alguna ésta ha sido una semana de bochorno en la que hemos presenciado -atónitos y alarmados- como se hacía añicos la imagen del presidente. El proceso comenzó con la imprudente divulgación del diagnóstico de la enfermedad presidencial por su propio ministro de Salud Pública.
Continuó con la ridícula preocupación oficial por las bromas con que los humoristas ridiculizaban la figura de De la Rúa, olvidando que él mismo mal asesorado se prestó a participar de programas televisivos tan chabacanos e irrespetuosos que descalifican a sus entrevistados. Prosiguió con la indebida presión del hijo del presidente para que un eximio dibujante periodístico dejara de mostrarlo lento y desvaído.
Siguió con la inexplicable confesión de que sus finanzas personales pasaban por un mal momento y que vivía con préstamos de amigos. Terminó con la declaración del gobernador chaqueño de que el presidente estaba desbordado por los acontecimientos. Y como colofón, el gobernador de Buenos Aires declaró que si no recibe el dinero prometido y se le genera una situación de ingobernabilidad, se irá de su cargo pero exigirá la renuncia de Fernando de la Rúa.
Después de esta andanada de desatinos y expresiones nada prudentes ¿quién podría dudar que el índice de riesgo-país no treparía al tope?

Qué pasa con los políticos
A pesar de que la reactivación no arranca con el megacanje, que la recaudación impositiva sigue cayendo y que importantes empresas cierran sus puertas, a pesar de todo esto, la economía no está peor que hace una semana cuando nació esta ola de insensateces que ha convertido al escenario político en un vodevil. Lo que causa este alarmante bajón de la economía es la política.
¿Qué está pasando en el seno de la política? ¿Para qué sirven los políticos? ¿Qué están haciendo con el Estado? Podemos decir sencillamente que no tienen idea de lo que hacen y sólo una grave conmoción económica podría volverlos a la realidad.
La tarea de los políticos en el Estado consiste en "mantener la convivencia humana en orden", es decir crear un equilibrio entre el bienestar, la libertad y la justicia para que cada uno de nosotros y nuestras familias podamos llevar una vida humana digna, serena y agradable.
Ante todo, a los políticos les corresponde gobernar, pero también les compete hacer que el gobierno no sea simplemente un ejercicio de poder o una bolsa de gatos, sino la protección de los derechos que asisten a los individuos y la garantía del bienestar para todos.
Pero de ninguna manera es misión del Estado lavarse las manos, destruir las posibilidades de progreso, complicarnos la vida y tirarnos el costo de la deuda pública por la cabeza.
El Estado es servicio y no oportunidad para enriquecerse; precisa un mínimo de verdad y no de engaños; exige la defensa del bien común y no la lucha por sórdidos intereses personales; necesita jueces probos, sabios y eficaces y no de transformistas que cambian rápidamente de orientación.
Sin estos requisitos, como dice San Agustín, el gobierno se degrada al nivel de una banda de malhechores que funciona por intereses mezquinos y no por la justicia.

Qué pasa con nosotros
Pero si queremos encontrar el camino para salir de este marasmo, no sólo tenemos que cambiar figuritas políticas, también nosotros tenemos que asumir una profunda conversión en nuestra forma de ser. Porque es muy común que un número significativo de argentinos -que dan el tono a todo el conjunto de compatriotas- harían exactamente lo mismo que hacen los políticos si tuviesen oportunidad de acceder al poder.
Hemos cambiado, para mal, nuestros principios de comportamiento ético. Nos manejamos por capricho, porque se nos antoja y sin tener en cuenta si corresponde o no actuar así.
Hemos extirpado el sentimiento de culpa y pretendemos justificar los actos más aberrantes adjudicando a otros las responsabilidades de nuestros errores. Nos sentimos poderosos como si la naturaleza estuviese obligada a brindarnos las riquezas que no sabemos conseguir con sacrificios.
Repudiamos la idea de que en todos nuestros actos hay un límite y que ciertas cosas no se deben hacer aunque nos gusten. Pretendemos negar la realidad buscando, como bobalicones, las buenas ondas. Esperamos que una misteriosa mano surgida quién sabe de dónde, nos salve.
Preferimos vivir del Estado y no del propio esfuerzo. No sabemos contener nuestras apetencias y queremos tenerlo todo. Confundimos la idea de orden con la represión, la autoridad con la tiranía, la justicia con la impunidad y la libertad con el libertinaje.
No alcanzamos a comprender que las cosas cuestan y que nada es gratis ni cae como maná venido del cielo. Creemos en falsos "derechos adquiridos" que deben sernos otorgados aunque otros tengan que pagar su costo. Rechazamos la disciplina en el aprendizaje intelectual y por eso los padres exigen que sus hijos sean "entretenidos" en la escuela. Exigimos que el Estado se haga cargo de arreglar las consecuencias de nuestro propio comportamiento.
Estamos perdiendo la noción de esos maravillosos gestos de generosidad que llamábamos "gauchadas". Queremos comenzar a repartir lo que nadie ha producido. Y estamos convencidos que para ser modernos no hay que ser educados, ni saber expresar con claridad y elegancia las propias ideas, ni ser respetuosos con los demás, ni tener conciencia de la responsabilidad individual. De ninguna manera, creemos que para ser importantes y exitosos sólo hay que acomodarse y lograr un privilegio.
Si así seguimos pensando y actuando, la clase política y los que accedan a cargos electivos serán un fiel reflejo de lo que nosotros mismos somos y ésta es, sin duda, la causa más profunda de la crisis económica.

Qué le pasa al presidente
Presidente, etimológicamente, es el que está al frente y nos protege a todos. Para ser presidente hay que saber, querer y realizar, pero también hay que ser capaz de hacer que el país participe del ideal que él vive y de conducirlo a la realización superando todos los obstáculos.
Decidir no es nada, tan sólo es un instante de energía, lo importante es conseguir que las decisiones sean acatadas y ejecutadas por los subordinados.
Por eso ser presidente no sólo es tener una pose sino elegir a quienes han de realizar los planes, instruirlos, animarlos, sostenerlos y controlarlos. Cuando llega la hora de tomar grandes decisiones, de incurrir en responsabilidades, de imponer sacrificios ¿cómo se pueden encontrar colaboradores enérgicos si el presidente no da el ejemplo? ¿dónde se pueden encontrar ministros para encarar las empresas arriesgadas, sino en esas personas de naturaleza superior, empapadas de la voluntad de vencer, que dominan claramente los medios que conducen a la victoria y que tienen el coraje de arriesgarlo todo?
Este es el perfil que esperamos del presidente de la República en lugar de la imagen de segundo plano, con deliberado perfil bajo y renuente a asumir responsabilidades que se empeñan en mostrarnos los voceros presidenciales.
Como forma de disculpar al presidente brindan explicaciones muy curiosas: se señala por ejemplo que es un presidente de consenso al estilo de los mandatarios europeos que presiden y no gobiernan; del mismo modo se afirma que no es un líder carismático; y también se dice que tiene sus tiempos que no son los mismos de la sociedad. Pero tales explicaciones no lo justifican sino que lo denigran.
La tremenda crisis social y económica porque estamos pasando necesita otra cosa. El sentido y la grandeza del nombre "Presidente" es que él debe hacerse obedecer, amar y respetar al mismo tiempo. El presidente no es el elegido sino el que se impone.
Ser presidente no sólo es ocupar el cargo sino sobre todo hacer que los ciudadanos hagan, se unan, se entusiasmen por vivir en sociedad, colaboren espontáneamente unos con otros, se sientan orgullosos de sus tradiciones, amen a su patria, respeten sus símbolos y se sientan responsables de construir su propio destino.
Antoine de Saint-Exupéry, el magnífico autor de "El principito" y valiente piloto de guerra, que vivió entre nosotros la experiencia de organizar Aeroposta del Sur, una de las primeras aerolíneas de bandera del mundo, decía: "La grandeza del oficio de presidente está sobre todo en unir a los hombres, ¿queréis saber cuál es el verdadero presidente del país? averiguad quién consigue que todos los ciudadanos trabajen para hacer los cimientos y coloquen los ladrillos para construir la catedral".


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