Sólo se resisten unos pocos. La tentación de mirar qué hay en esa esquina parece dominar a más de uno, por lo menos a aquellos que dejaron recuerdos en algún rincón. Hace más de cien años, cuando el bar Olimpo levantó las persianas por primera vez en Mitre y Urquiza, el tranvía pasaba frente a los ventanales y el lechero llegaba del puerto acompañado por las vacas con sus crías atadas de la cola. Hoy, el humo de los colectivos y el movimiento ágil del centro le ponen el sello del siglo XXI, pero el almacén parece el mismo. Forma parte del patrimonio histórico de la ciudad y conserva la única barra de estaño que queda en Rosario, por eso los nuevos dueños se empeñaron en conservar "la magia del lugar".
Avelina Vega, de 72 años, dejó parte de su vida en ese bar, pero está "contenta" de verlo abierto otra vez. La mujer llegó de España en 1959, y desde ese momento atendió el bar-almacén junto a su hermano Francisco. "El nombre nació porque a la vuelta del bar estaba el teatro que se llamaba Olimpo", contó Avelina. Cuando Francisco compró el almacén, las calles eran de tierra y los "puerteros" -como se les llamaba a los portuarios en ese momento- hacían su parada diaria en el lugar.
"Estoy segura de que los viejos clientes van a volver al bar, porque dejaron muchos momentos entre esas cuatro paredes", expresó a La Capital Avelina. Y tenía razón, son muchos los que entran al lugar para recordar aquellas épocas, cuando "se juntaban para tomar un café o un vermucito". Ellos juegan a reconocer los muebles y cuadros que quedaron de aquellos años; en cambio, los más jóvenes no se cansan de mirar las reliquias y tratar de adivinar a qué época pertenecen.
Una reforma en conjunto
Después de un tiempo de pelear por esa esquina, los Cipullo se quedaron con la concesión del bar: "Se indagó en la historia para ver cómo era el lugar en su momento", contó Vanesa Cipullo. Además de mirar fotos y rescatar los detalles, los viejos clientes ayudaron en la ambientación: "No te das una idea de la cantidad de gente que entró al bar mientras lo estábamos arreglando para contarnos cómo estaba distribuido el espacio", dijo la dueña, quien reconoció que era una "tontera destruir la historia del lugar".
El Olimpo reunía bar y almacén en un solo espacio, aunque por una ordenanza municipal de la época las áreas tenían que estar divididas. Por eso, un estante repleto de botellas separaba el almacén del bar. Ahora, el espacio se unificó, y hasta se recuperó el patio. "Antes, el depósito era muy grande porque se compraba todo a granel y el lugar del bar era más pequeño". Los Cipullo también quisieron mantener ese servicio: "No es un almacén con todo, pero los clientes que por ejemplo comieron jamón crudo y les gustó pueden comprar para llevar", explicaron.
El sello ibérico siempre estuvo impreso en el lugar, y aun más a través de las comidas. La longaniza y el cantimpalo, hecho con pimentón español, eran ingredientes obligados de la picada, y se acompañaban con un vermucito, Martini o un buen vino. Esta tradición se mantiene, porque la idea de los nuevos dueños es "recuperar las picadas". También, como en aquella época, los clientes podrán elegir distintos granos de café.
El mueble detrás de la barra de estaño -que tiene más de 120 años de antigüedad- fue encargado por Francisco y construido por dos carpinteros. Todavía está, y conservando su lugar original. También quedaron intactos en el patio el tanque, la fuente y la pileta para lavar la ropa. El cartel original que se exhibía sobre calle Urquiza se encuentra ahora dentro del lugar. "Pusimos otro letrero porque le queríamos dar un toque moderno, pero nos pareció lindo acondicionar el antiguo y conservarlo", contó el arquitecto a cargo de la remodelación, Germán Cruz.
Los ojos del boxeador Paulino Oscuzún siguen los movimientos de los clientes del bar. La foto del deportista, que fue testigo de la visita de personalidades como Raúl Alfonsín, está desde los primeros tiempos colgada junto a otros de productos típicos. No faltan allí las publicidades de época de las pomadas Eureka o el cognac Caballero.
El bar-almacén cambió muy poco desde que Francisco lo compró, sólo se recuperaron espacios. Y esto se corrobora apenas espiando a través de los grandes ventanales. "Les deseo suerte y que trabajen tanto como lo hicimos nosotros", resumió Avelina, mientras mira una foto del centenario bar.