| | Análisis: La tupacamarización de la Argentina El llamado a la unidad nacional se da de bruces con la interna oficialista y la división del justicialismo
| Mauricio Maronna
No debería sorprender que Fernando de la Rúa sea el presidente más débil de la historia política reciente. Todos los análisis previos e inmediatamente posteriores a los comicios de octubre del 99 hacían eje en ese punto con datos objetivos, precisos y comprobables a simple vista: ausencia de mayoría propia por parte de la Alianza en Diputados, mayoría justicialista en Senadores y en las administraciones provinciales, incluso en las más relevantes. El gran desafío del nuevo gobierno era convivir con las diferencias, en un escenario en el que confluían un presidente que no pertenecía a la nomenklatura de la UCR, léase Raúl Alfonsín, y una fuerza aliada, el Frepaso, compuesta por dirigentes que provenían desde los sectores más heterodoxos de la política partidaria. Sí fallaron los análisis que sostenían que, sin embargo, la característica poco caudillesca de De la Rúa abonaría el terrero para lograr una coalición exitosa en el manejo de la cosa pública. Debe decirse: el estilo errático y dubitativo del jefe del Estado contribuyó enormemente a la licuación del poder. Hoy De la Rúa tiene en Rosario solamente el 5% de imagen positiva, según una encuesta reservada a la que tuvo acceso este diario. "Ni Menem en su peor momento tuvo semejante desgaste", confió el encargado del sondeo. El gobierno se convirtió en un caníbal que, uno a uno, fue devorándose a sus mejores cuadros. Carlos Alvarez, Federico Storani, Rodolfo Terragno, Ricardo Gil Lavedra, Juan Llach, Ricardo López Murphy, entre tantos otros, se fueron del poder sin gloria y sin pena, convirtiendo en cenizas la pomposa Alianza por el Trabajo, la Educación y la Justicia. Más allá de las especulaciones de coyuntura, un interrogante asoma desde las profundidades: ¿quién defiende a este gobierno? ¿Cuál es su base de sustentación comunicacional? ¿El tinellizado Juan Pablo Baylac, Ricardo Ostuni, Darío Lopérfido, Ricardo Rivas, Aíto De la Rúa, Héctor Lombardo, Hugo Gambini? La tupacamarización del oficialismo logró el milagro de agigantar a Domingo Cavallo, aquel frustrado candidato a la Jefatura de Gobierno porteña que pareció haber rifado su capital político cuando, con las venas infladas como un globo aerostático, se dedicó a insultar a la Alianza, impotente tras los números que ungieron a Aníbal Ibarra. Pocos meses después, el hiperkinético dirigente del minúsculo Acción por la República se transformó en la última esperanza de un gobierno que camina por la cornisa. Debe decirse: lo peor que podría sucederle al país es la renuncia del presidente, fogoneada por los mismos ultra-adoradores del dios mercado, que ¿hicieron? caer en la trampa al alfonsinista futuro presidente de la UCR, Angel Rozas, cuando sostuvo que el presidente estaba superado por los acontecimientos. De la Rúa debe terminar su mandato, pero desde el gobierno también es necesario blanquear la situación: el mandatario no es, definitivamente, el Rambo que publicitaban durante la campaña ni el personaje sobreactuado que golpeaba la mesa de Mariano Grondona para demostrar que tenía autoridad. "Es verdad, necesitamos un gobierno de unidad nacional, pero el PJ está parcelado, todos se miran con recelo", dijo a La Capital un allegado a Alfonsín. El justicialismo ya no es más un movimiento nacional organizado y alineado detrás de un líder único. Carlos Reutemann, Carlos Ruckauf, José Manuel de la Sota, el menemismo y Eduardo Duhalde están lejos de actuar en sincronía, más allá de las declaraciones elegantes y las reuniones en el CFI. Si bien el peronismo apoyó todas las iniciativas del Ejecutivo (Pacto Fiscal, superpoderes, acuerdo para el titular del Banco Central, megacanje e incorporación del euro) la cercanía de las elecciones empieza a concentrar adrenalina en quienes sienten que el poder está a la vuelta de la esquina. Al gobierno le quedan dos meses (julio y agosto) para cambiar, al menos, la sensación de agobio. En septiembre la campaña electoral dominará la escena y después de las legislativas de octubre todos estarán pensando en el almanaque del 2003. Como ejemplo del desbarranque hay una secuencia que sería surrealista en cualquier país, menos en la Argentina: el 29 de junio De la Rúa desmintió que Cavallo le haya presentado la renuncia, tres días después lo repitió y el 3 de julio negó su propia renuncia. Los mercados siguen votando: quieren todo el poder real para el ministro de Economía. Alguna vez, a Bill Clinton una frase certera le allanó su camino hacia la presidencia de Estados Unidos: "Es la economía, estúpido". En la Argentina no es Tinelli, ni el Oso Arturo, ni Nik, ni los periodistas que muestran el cuadro de situación. Es la realidad, ni más ni menos.
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