| | Editorial Un país que no está perdido
| En la década del 30 la Argentina estaba ubicada entre los cuatro países del mundo con mejor ingreso y un nivel de vida similar al de los Estados Unidos. La gran depresión que afectaba al mundo no había llegado de una manera tan rotunda a esta tierra, refugio de millones y millones de inmigrantes que golpeados por la miseria y el desamparo vinieron y todavía seguirían llegando para tratar de forjarse un mejor futuro. Setenta años después, este país de inmigrantes se encuentra en uno de sus peores momentos: recesión, desempleo, miseria y focos de violencia en distintas provincias. La educación pública agoniza, las universidades no tienen presupuesto y las familias argentinas buscan hacer el camino inverso al de sus ancestros: emigrar a Europa u otros continentes donde poder llevar una vida digna. Años de malas administraciones oficiales, de dirigentes políticos que privilegiaron lo personal al bien colectivo y de un sector privado que siempre buscó prebendas para sobrevivir sin mayores riesgos se convirtieron fueron una demoledora conjunción que nos ha llevado a este difícil presente económico y social. Pero la Argentina tiene futuro. Tiene riquezas naturales valiosas, posee científicos, creadores, artistas y profesionales de primer nivel mundial. Todos los países que hoy integran el denominado Primer Mundo han sufrido crisis peores que la nuestra. Los europeos son un ejemplo de que cuando toda una sociedad está dispuesta a enfrentar las dificultades no hay nada que la detenga. Europa soportó dos terribles guerras que no sólo terminaron con la vida de millones de personas sino que destruyeron ciudades enteras, todo su aparato productivo e infraestructura de comunicaciones. Tras el fin de la guerra, comenzó a recuperarse y en pocos años resurgió de la nada para llegar a ser hoy el modelo de sociedad donde cualquiera desearía vivir. Y la Argentina también puede transitar ese camino. Tiene más ventajas que otras naciones porque aquí no hubo ninguna guerra devastadora ni ningún fenómeno climático destructor. El país tiene toda su estructura productiva intacta y su población deseosa de trabajar y producir riquezas. Tiene todo su intelecto dispuesto a pensar en cómo salir de este círculo perverso de inequidad y melancolía. La Argentina no está perdida, hay que darle oportunidades.
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