El centro está sólo a diez cuadras, pero eso no es determinante a la hora de descubrir el origen de los habitués del casino de Paraná. Habitantes de la noche, buscas de algún peso, apostadores llenos de ilusión trascienden los límites de la provincia de Entre Ríos y muchos llegan desde Santa Fe, la ciudad separada sólo por el Túnel Subfluvial Hernandarias. Los empleados de la casa de juego instalada en la década del setenta conocen el paño. "Un 50 por ciento de los apostadores viene de la provincia de Santa Fe", confesaron a La Capital. Y no fue difícil comprobarlo: a las 3.30 del sábado una nutrida caravana de autos se dirigía por la ruta 168 de regreso a casa.
La barra del bar del casino Mayorazgo se parece más a la de La Buena Medida que a la del Caesars Palace de Las Vegas o el Excalibur de Atlantic City. Es que con el tiempo la gente también fue cambiando, como todo.
Hoy, crisis mediante, los apostadores "ponen plata" buscando "salvarse de la malaria". También, claro, empresarios, grandes comerciantes y profesionales invierten un dinero destinado exclusivamente a la diversión.
El gobierno radical de Entre Ríos tiene en la provincia siete casinos diseminados por Federación, Concordia, Concepción del Uruguay, Gualeguaychú, La Paz, Colón y Paraná, varios de ellos sobredimensionados de personal. En rigor, se crearon para un público que se fue desgranando. Así y todo, una reorganización contribuiría a convertirlos en altamente redituables.
De la recaudación total que proviene de los locales, la mitad del monto corresponde al casino de Paraná y ese dinero cumple una función social:se destina a la jubilación de las amas de casa.
El reino de los rosarinos
Los numerosos rosarinos aparecen fundamentalmente los fines de semana y algunos vuelven directo al trabajo después de una noche entre cartas y ruleta. Y en la época de oro del Mayorazgo salían colectivos especiales desde la ciudad. También el interior entrerriano tiene sus adeptos. "Vengo una vez por semana desde Ramírez porque este es el casino más cercano, a unos 60 kilómetros", dijo Celia (72), quien confesó que trabajó toda su vida y ahora quiere tiempo para la distracción. "Me controlo y sólo juego un monto específico", comentó.
El hecho de que los pueblos chicos engrosen el número total de público se debe a que "allá no hay nada y uno quiere venir a distraerse, incluso en el trayecto hacia Paraná", dijo Celia.
El apostador suele responder a una cierta tipología, pero también hay muchas personas comunes y corrientes que van a divertirse con la ruleta, el póquer o las tragamonedas.
El jugador empedernido, claro, es un personaje omnipresente. Se une a las mesas donde se apuesta más y es el más renuente a hacer declaraciones. Las chicas que asesoran a los apostadores saben de su vida y obra. "Los conocemos y por eso nos saludan", dijeron a La Capital. Pero si alguna vez se ven en la peatonal San Martín de Santa Fe los jugadores se harán los distraídos. Prefieren pasar desapercibidos. En general, ocultan a sus allegados su debilidad por la ruleta: son tramposos fuera del juego.
Sin embargo, no es difícil identificarlos: da la sensación de que están inmersos en una sobrecarga de adrenalina, nerviosos, impacientes. Siguen la bola con la ilusión dibujada en la mirada. El cambio de público del casino que se dio con el tiempo salta a la vista. La ropa que lleva no denota ya tanto poder adquisitivo y la obligación de usar ropa formal se dejó de lado. Ni siquiera se cobra entrada.
Es difícil precisar cuánto gastan los jugadores, pero sumas como 400 ó 500 pesos se nombran como la inversión mayor y 10 pesos no suena inverosímil entre los que van a ver qué pasa y nada más, sobre todo los más jóvenes. Para Miguel, un santafesino de 52 años, una apuesta promedio durante toda la noche ronda los 200 pesos, aunque el riesgo de perderlos en su totalidad nunca está ausente. “No hay garantía de nada”, indicó. Pero el sueño de la gran noche nunca desaparece.
La suerte es un factor determinante para reincidir en el juego. La gente suele volver en una misma semana si ganó la vez anterior.
Respecto de las atracciones, hay algunas vedetes. "Las tragamonedas son un negocio redondo", dicen algunos de sus usuarios que colocan fichas de 25 ó 50 centavos. Se juega mucho, como a la ruleta, porque no requieren de expertos. En cambio, en el punto y banca juegan los entendidos, para no hablar del black jack.
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Un marco turístico
Los especialistas y funcionarios del Instituto de Ayuda Financiera a la Acción Social no se cansan de repetir que este tipo de casas de juego fueron perdiendo adeptos por obra de la crisis, aunque las revalorizan en el marco de un proyecto turístico. Y, precisamente, el Mayorazgo está orientado al viajero: hotel, piscina, río, convenciones y fichas.
"Acá ya no hablamos de casino solo u hotel solo", expresó el gerente, Daniel Ramírez. El esparcimiento incluye shows y excursiones opcionales. Actualmente el hotel-casino Mayorazgo (120 habitaciones) ofrece paquetes especiales para los rosarinos con ingresos el sábado al mediodía y salidas durante la noche del domingo. Atrayente, si se tiene en cuenta que el viaje no supera las dos horas. En total, unas diez habitaciones son ocupadas por rosarinos los fines de semana.
El anuncio oficial de que Victoria empezará la construcción de un casino tiene argumentos muy sólidos para las autoridades del organismo. "Uno de ellos es la trampa", dijo el presidente Antonio Boleas. Huir del lugar de todos los días suena atractivo para los apostadores. Y también se presenta tentador para el gobierno de Entre Ríos, donde irá a parar una parte interesante del poder adquisitivo de Rosario y su zona.