Año CXXXIV
 Nº 49.171
Rosario,
domingo  08 de
julio de 2001
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Quebec: Teatro a cielo abierto
La ciudad canadiense celebra el Festival de Verano, un encuentro multitudinario que reúne espectáculos artísticos y musicales

El invierno fue prolongado y crudo, con temperaturas promedio de -15º y -20º. La nieve cubrió las calles de la ciudad por largos meses y el frío obligó a los habitantes a buscar abrigo en hogares o sitios cubiertos. Con la llegada de la primavera los colores explotaron en los árboles y en los techos de las casas, y los quebequenses invadieron los espacios públicos tratando de disfrutar y captar cada rayo de sol. Ahora, durante la primera quincena de julio, las temperaturas alcanzan el récord de 28º centígrados, mientras los habitantes disfrutan a pleno del Festival de Verano de Quebec, que se celebra desde el jueves pasado hasta el domingo próximo.
El festival nació hace 33 años. Corría 1968, con todas las utopías a flor de piel que había despertado el mayo francés. Es en este ambiente contestatario y libertario que un grupo de artistas decide llevar el arte, la música y el teatro a la calle. Esa fue la piedra basal de este festival que no cesó de crecer a lo largo del tiempo y que el año pasado, con un presupuesto de 6 millones de dólares, logró reunir a casi dos millones de espectadores que asistieron a unas 500 representaciones, con la presencia de un millar de artistas provenientes de 25 países.
Si bien el festival está orientado hacia los artistas de lengua francesa, recibe expresiones musicales de todo el mundo y de todas las características: música clásica, popular, jazz y aborigen. Incluso pasaron por sus escenarios artistas del calibre de Paul Mc Cartney, Paco de Lucía, Celine Dion, Sting, Diane Dufresne, Julia Migenes, Charles Trenet y Sacha Distel, entre otros.
Durante 10 días, Quebec es tomada por la música y otras expresiones artísticas que invaden todos los espacios públicos y los lugares más paradigmáticos de la ciudad. Cinco inmensos escenarios se instalan en la zona histórica, separados por no más de 10 minutos de caminata, lo que permite prácticamente hacer zapping entre un espectáculo y otro.
El escenario principal se monta sobre lo que se conoce como Los Campos de Batalla o Las Planicies de Abraham, a pasos de la Ciudadela y de la Puerta Saint-Jean. El escenario enfrenta una pequeña colina donde la gente se instala en el césped sobre mantas o bancos plegables.
Todas las noches a partir de las 20, se realiza aquí el espectáculo más masivo -sobre todo rock y pop- que puede convocar a más de 100.000 personas. Una tarjeta identificatoria sirve de entrada general, cuesta unos U$S5 americanos y permite el acceso a todos los espectáculos.
A quienes llegan de otras latitudes no deja de asombrarlos el orden que caracteriza a los espectadores, que no recurren a los apretujones ni la violencia durante los shows.
Separado sólo por el bulevar Grande Allée se encuentra el escenario Molson, que da la espalda al Parlamento. Es un espacio más pequeño dedicado al jazz y a la música melódica.
Pero el escenario más intimista es quizás el de la Place Youville en la puerta Saint-Jean, donde existe una explanada con mesas que permite disfrutar de un trago mientras se escucha a algún solista, grupos de jazz o bandas de música etnográfica.
Por su parte, la plaza del Ayuntamiento está destinada a la música clásica. Y bien entrada la noche se puede buscar refugio en uno de los tres pubs -St. Alexandre, D'Auteil y Clerandon- para descubrir las nuevas tendencias musicales.
Pero, y esto es lo distintivo en el Festival de Quebec, las actividades no se agotan en los espacios oficiales, sino que se extienden como tentáculos por todos los recovecos de la ciudad vieja: teatro callejero y malabaristas en la Place de la Fabrique, espectáculos circenses en la Place des Ursulines, equilibristas en la Place Royale. Además se presentan por doquier solistas, coros o grupos musicales que se instalan en cualquier vereda para demostrar sus capacidades.
La Terrasse Dufferin es uno de los lugares simbólicos de la urbe. Está bordeada por el Chateau Frontenac, la colina que desciende hasta el puerto y las márgenes del río Saint-Laurent. Durante 10 días la terraza se transforma en la mejor representación de lo que es la movida festivalera: payasos, maquilladores que pintan las caras de los niños, espectáculos históricos como la fanfarria de la Compagnie Franche de la Marine y un ambiente de sana alegría caracterizan al lugar. En esta época los visitantes de Quebec descubren una ciudad apasionante, única, llena de color.

Ciudad de contrastes
La ciudad de Quebec es la capital de la provincia del mismo nombre, la más grande de Canadá, cuya superficie es tres veces mayor que la de España y siete que la del Reino Unido. Se localiza junto al río San Lorenzo, uno de los grandes cursos de agua del mundo.
Quebec es también una ciudad de contrastes; está entre las más viejas de América y tiene un barrio antiguo y murallas que la rodean, pero a la vez es la ciudad de la Route Verte, atravesada por senderos para bicicletas, transporte con el que ya se recorre la Reserva Faunística Mastigouche y los bosques boreales de los gigantescos montes Groulx.
Como toda ciudad tiene una plaza principal -la Place Royale- donde los franceses fundaron el primer enclave en el mundo nuevo, y varios museos, ninguno tan interesante como el de la Civilización.



Con la llegada del calor, los quebequenses invaden las calles.
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