Ahora que el safari por el monte africano comienza a ser un recuerdo, el Palacio de la Ciudad Perdida, en Sun City, podría ser apenas una alucinación del viajero. No es fácil encontrar tanto esplendor y tantas cúpulas iluminadas en el medio de la nada, cuando se va hacia la imponente naturaleza virgen de Kapama, una reserva privada de animales salvajes cercana al Parque Kruger.
Pero ese complejo temático es tan real como sus cinco hoteles, uno categoría seis estrellas, que semeja un castillo de madera oscura y tenues muros amarillos. Caminar por los jardines interiores de Sun City es encontrar estatuas de tamaño natural de elefantes y del amenazado chita, mientras adentro el azar va y viene en ruletas y mesas de juego.
Pero el viajero sabe que Sun City es apenas el lugar que precede a las doce mil hectáreas de "bushveld", el monte sudafricano en el que viven los cinco grandes de Africa: el rinoceronte, el elefante, el búfalo, el león y el leopardo.
En esa tierra de silencios el canto del grillo puede ser tan estridente como el deambular de los insectos sobre la fronda. Los nativos zulúes cuentan que algunos pájaros cantan cuando el leopardo merodea en las cercanías, y aseguran que reconocen el grito de las aves que van sobre el lomo de los hipopótamos.
Para alojarse hay casitas techadas con paja y decoradas con texturas africanas. Pasarelas de troncos bamboleantes unen el comedor y la biblioteca, y llegan hasta el alto mirador donde se toma el té con escones y se escuchan los ruidos de la selva.
Pero Kapama también brinda, en el Buffalo Camp, la posibilidad de vivir una experiencia fascinante. Bajo la claridad plateada de las estrellas hay ocho tiendas de campaña, con camas mullidas, un romántico mosquitero de tul que cuelga del techo y cueros tibios sobre el piso de madera clara.
La actividad en el lugar comienza a las cinco de la mañana, cuando los animales inician el primero y más ruidoso de sus desplazamientos. Tienen que dejar atrás el letargo nocturno y llegar hasta las aguadas porque la vida está recomenzando.
Comienza la aventura
A esa hora los jeeps comienzan a transitar los senderos de la reserva; los viajeros llevan buenos abrigos para soportar el frío de la mañana, que menguará cuando el sol esté en lo más alto.
Los guías zulúes saben acercarse al león que se despereza morosamente entre las matas; cuentan que los animales están acostumbrados a los desplazamientos de los pequeños vehículos y explican algo que suena lógico: "para ellos el jeep es otro animal, no lo atacarán".
Y al atardecer, cuando los colores del cielo africano se tornan intensos, otra vez se siente la misteriosa atracción del monte. Es el tiempo de espiar en el cielo la salida de la primera estrella y de escuchar a los leopardos perseguir a las impalas.
A veces los frágiles bambis escapan de las garras del leopardo, y la fiera muestra su sabiduría trepando a lo alto de los árboles a esperar la revancha que siempre llega. En la noche oscura también hay leones que merodean solos y jirafas curiosas que resoplan y controlan todo desde la altura.
La cena es la hora de compartir experiencias al aire libre junto a las orillas del río Klaserie. Del monte llegan los sonidos nocturnos de los animales salvajes; el ciclo de los astros del cielo es imparable.