Fernando Toloza
Antoni Domenech estuvo en Rosario para hablar sobre el amor y la amistad desde la filosofía. Es catedrático de la Universidad de Barcelona en teoría sociológica. Entre sus libros se cuentan “De la ética a la política. De la razón erótica a la razón inerte” y “La herencia ética de la Ilustración”, y también tradujo a Jurgen Habermas al español. Antes de hablar frente al público en el Centro Cultural Parque España, Domenech aseguró a La Capital que el amor y la amistad dejaron de ser temas filosóficos a partir del cristianismo, especialmente de San Pablo, que desplazó el eje de la temática desde el eros hacia el ágape, que es lo que llegará a los latinos como la cáritas, es decir, la concepción del amor como un bien de Dios y algo para nada mundano. “Hay que volver a la ética antigua”, sostuvo el pensador para referirse a las dificultades actuales del mundo económico, cultural y político. —Usted vino a dar una charla sobre el amor y la amistad, ¿pero no son conceptos que han sido borrados del campo de la filosofía? —Sí, en realidad el amor y la amistad como temas filosóficos son problemas de la ética antigua, griega. Se puede ver todavía en Cicerón y en la ética, si así puede llamarse, romana, y luego prácticamente desaparecen en la historia de la filosofía. Vuelven a aparecer en la filosofía moderna, pero de un modo mucho menos central que en Aristóteles. —¿Quién los retoma? —Kant. En la "Fundamentación de la metafísica de las costumbres" hay dos pequeños capítulos, sobre más de doscientos, dedicados a la amistad. El amor y la amistad desaparecen como temas filosóficos y quedan como fenómenos periféricos, de pura de vida cotidiana. —¿Por qué algo que era central se transformó en periférico? —La causa más importante es el impacto civilizatorio que tiene, a partir del siglo III, el cristianismo sobre el Mediterráneo. Concretamente me refiero a la doctrina del amor del cristianismo, que está en San Pablo, el verdadero fundador del cristianismo. San Pablo, que escribía en griego, renuncia al verbo clásico para amar, que era “erao” y por tanto al eros. Y lo sustituye por la palabra ágape, que los clásicos griegos usaron pero que se refería a un amor más blanco. Agape se tradujo al latín como cáritas y es un amor nada problemático, gratuito, que tiene que ver con la distribución caprichosa de la gracia hacia los hombres. A partir de ahí el amor deja de tener enjundia filosófica, es algo que tiene que ver con la religión. —¿Hay que esperar hasta Kant? —La Ilustración en su viva reacción contra los aspectos más anticivilizatorios del cristianismo recupera, en cierto sentido, el amor. Kant, que es un ilustrado, finalmente es un pietista cristiano, de ahí que no lo recupere en lugar central, aunque su noción de amistad es importante para la filosofía moderna. —¿La cáritas latina es equivalente a la caridad española? —Sí, caridad viene de cáritas, y ésta viene del ágape de San Pablo. Es una forma de amor no mundano. En la Vulgata, en Jeremías, se dice que el hombre que ama a otro hombre por sí mismo, y no por la mediación de Dios, es maldito. Esta es una concepción antimundana que nunca hubiese tenido un griego. Al ser el concepto de amor griego mundano, en la ética antigua la idea del amor tiene ramificaciones muy importantes hacia problemas filosóficos que todavía reconocemos como centrales: la idea de la persona humana, la existencia individual, la libertad. —Hoy en día el amor es más tema de Paulo Cohelo, con la autoayuda, o Enrique Rojas con su hombre light, que de la filosofía. —Sí, eso no hace más que confirmar que el concepto caritativo del amor lo convirtió en un problema no filosófico. Pero no hay que olvidarse que en siglo XX hubo muchos filósofos que se ocuparon del amor como asunto filosófico. Ortega y Gasset, quien , si bien tengo discrepancias con sus puntos de vista, creo que es el filósofo más importante hispanoescribiente del siglo XX, escribió en los años 20 una serie de estudios sobre al amor que aún son dignos de leerse. —¿Qué le aportó el psicoanálisis, una disciplina característica del siglo XX, al estudio del amor desde un punto de vista filosófico? —En este punto tengo discrepancias con la mayoría de mis amigos filósofos argentinos. El psicoanálisis, como teoría psicológica, es refutada desde los años 20 y en ningún otro lugar, salvo en la Argentina, se sigue creyendo que es algo central. Sé que es duro decir esto en la Argentina, pero creo que es así. Tengo un gran aprecio por la prosa de Freud y es alguien que descubrió algo muy importante, pero después han venido muchas cosas, como la psicología cognitiva. Soy de los filósofos que piensan que el psicoanálisis es un bonito capítulo en la historia de las ideas. —¿Es un capítulo cerrado? —Completamente cerrado. Me sorprende que aún goce de gran predicamento académico en la Argentina. —¿Y a España cómo llegó? ¿Fue una importación argentina de la mano de Oscar Masotta, como muchas veces se dice? —No, hasta donde yo sé la Argentina exportó la peor variante del psicoanálisis, que es el lacaniano. En España hubo discípulos directos de Freud. El lacanismo está incluso fuera de la Asociación Psicoanalítica Internacional, es una especie de secta oscurantista que usa un lenguaje iniciático. Como todo lenguaje de ese tipo, contiene un núcleo de dos o tres verdades triviales. Cuando uno desenreda ese lenguaje abstruso, advierte que todas son falsedades imperceptibles por el uso del lenguaje mostrenco y grotesco. Lacan es una estafa, tanto como concepción científica y como terapia. El psicoanálisis de Freud fue una teoría muy fértil que psicológicamente fue superada hace ya muchos años. El lacanismo es un truco muy viejo, encubrir las falsedades con un lenguaje abstruso. Es el truco del farsante o del chanta, como dicen los argentinos. Pero no vine a hablar de Lacan, sino de cosas más importantes. —Pero la pregunta apuntaba al cruce con una disciplina que tomaba, en algún punto, los mismos objetos de estudio. —Sí, desde luego, por eso la respondí, pero la psicología científica tiene cosas muy importantes para decir sobre el amor, y las dijo, aunque los lacanianos, que están fuera del careo empírico con el mundo, no se enteren. —Usted señalaba dos tradiciones en la idea del amor, la erótica y la cristiana, con un triunfo de la segunda. ¿Cómo se recupera la primera? —La filosofía ilustrada trató, con un éxito parcial, de rescatar la concepción griega. Finalmente, el mundo moderno, si usted lo mira bien hizo intentos muy serios de volver a la libertad republicana del mundo Mediterráneo. Jefferson, Bolívar, Danton, por poner nombre prototípicos, tenían una idea griega. Eso trajo consigo muchas cosas, entre ellas la superación del oscurantismo, de los 15 de siglos de error que significó el cristianismo, según dijo David, el pintor de la Revolución Francesa. El mundo moderno quiso recuperar la ética y la política antiguas, en cuyo centro estaba la divisa de la amistad cívica. La Revolución Francesa recupera la idea de fraternidad y esos revolucionarios no eran precisamente cristianos. La idea de fraternidad alcanza su cenit cuando se cierran las iglesias en París y se convierten en templos de la razón. La fraternidad es una divisa tan central como lo fueron la libertad y la igualdad. Esto también pasó en América. Piense que el nombre de la ciudad de Filadelfia quiere decir fraternidad en griego. —¿España está empezando a mirar desde arriba a la Argentina? —Eso para un español de mi generación es muy trágico. Cuando yo era niño, España era uno de los países más pobres del hemisferio norte, y Argentina estaba entre los cinco países más ricos del mundo. Viví mi infancia con el prototipo de un país como la Argentina, desde nos llegaba desde leche en polvo hasta carne enlatada. Resulta muy impresionante ver a la Argentina tan absurdamente empobrecida, con tanto recursos naturales y con un capital humano muy capaz, creo que en todos los campos.
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