Año CXXXIV
 Nº 49.171
Rosario,
domingo  08 de
julio de 2001
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Una lírica para el documental
Un anticipo sobre "Papá Iván", que se exhibirá en el Parque España
La obra de María Inés Roque narra, desde el sentimiento, sus experiencias como hija de un desaparecido

Beatriz Vignoli

No todo está dicho acerca de la historia violenta del país. Cuando se habla de los muertos y de los desaparecidos, se piensa que esas ausencias son las únicas pérdidas, y quedan en segundo plano los efectos de tales ausencias en las vidas de los seres queridos. Es de esta historia "menor" que trata "Papá Iván", el documental de María Inés Roque que se podrá ver, en su única función en Rosario, con entrada gratuita, el jueves próximo, a las 20, en la sala de conferencias del Centro Cultural Parque de España. El filme es la primera edición del ciclo "Dos de Montoneros", organizado por Arturo Marinho. (La segunda edición, el jueves 19, consistirá en la proyección de "Montoneros", una historia de Roberto Barandalla y Andrés Di Tella). Cordobesa, radicada en México, formada en el Centro de Capacitación Cinematográfica, María Inés Roque es la hija del comandante Julio Roque. Papá Iván, una experiencia autobiográfica donde se atraviesan entre sí lo lírico y lo épico, aborda la historia personal paralela a la historia pública de los años violentos en Argentina.
Bajo el nom de guerre "Lino", Julio Iván Roque era responsable de la conducción de Montoneros. Cayó en combate contra las FFAA en Haedo, provincia de Buenos Aires, el 29 de mayo de 1977. Había pasado a la clandestinidad varios años atrás. Sus hijos Iván ("Ivancito") y María José lo habían visto muy poco desde entonces. Cuando el padre estuvo preso en Villa Devoto en 1973, la madre, Azucena, se negó a que los chicos fuesen a verlo: temía que pudieran resultarles traumáticos los controles de la prisión. Ya habían tenido suficiente trauma con las amenazas sufridas por el padre. Martín, el menor, no llegó a conocerlo. Según una amiga de la familia, entrevistada en el filme, Martín de chiquito no hablaba, o mejor dicho: hablaba un idioma propio que sólo él mismo entendía.
"Yo preferiría tener un padre vivo que un héroe muerto", dice María Inés al comienzo de la película. Su voz en off acompaña un paneo movido, en blanco y negro, por el paisaje de la provincia y de la ciudad de Córdoba. Estos movimientos veloces de cámara, que se aventuran en el fuera de foco, tienen su correlato auditivo en una música nerviosa e introspectiva, casi de film noir, compuesta y ejecutada al piano por Pablo Flores Herrera, con dirección musical de Rodrigo Miralda. Como en un muy buen collage desplegado en el tiempo, estos merodeos de la escritura de cámara se engarzan con esquirlas y joyas del acervo fotográfico documental que la investigación halló o el amor ha conservado. Se destacan momentos en que algún graffiti -los hay líricos y épicos: un poema de nostalgia íntima, un gran retrato del Che Guevara- parece enlazar tiempos tres décadas distantes. A veces el paisaje se detiene, como si la cámara lo mirase fijamente, interrogándolo. Cada vez con mayor fuerza a lo largo del filme, el paisaje -visto a través de la ventana de la casa materna, de la ventanilla de un tren, o del parabrisas de un auto- funcionará como un espacio lírico que le sirve de caja de resonancia a la reflexión, en voz alta, de la conciencia. Este particular subjetivismo de María Inés Roque hace de su documental algo casi lírico para el género. Un detalle no menor en los créditos del filme: su productor asociado es David Blaustein, realizador del documental sobre la organización Montoneros titulado Cazadores de utopías. Otro detalle: "Papá Iván" fue parcialmente producida con la beca Rockefeller MacArthur, como parte del proyecto El Regreso, coordinado por Hugo Rodríguez.
Lo que más me falta es su mirada... es como crecer a ciegas", dice en off, contra el paisaje, la voz de María Inés, quien ha salido a armar el rompecabezas de la figura del padre ausente a través de testimonios. Estos últimos estarán registrados en color. No destruye ningún suspenso anticipar que el proyecto de rescate fracasará. La primera fisura es que otra voz debe prestarle cuerpo a la escritura -a la voz que falta- del padre. La columna vertebral del relato cinematográfico es una carta del 26 de agosto de 1972 "a mis hijos Iván y María Inés", donde "papá Iván" trata de explicar su ausencia a los hijos. Cuenta que comenzó a convertirse en revolucionario a los 9 o 10 años de edad, una mañana de invierno, en la escuela, cuando vio a un compañero suyo desmayarse de frío. Solamente el guardapolvo cubría su pequeño cuerpo azulado e inerte. "Sentí vergüenza de mi ropa abrigada, como si yo se la hubiese quitado. Su frío fue para mí un sufrimiento concreto", cuenta el futuro revolucionario y evoca las palabras de la maestra de aquella escuela primaria, quien les hablaba siempre de la Argentina como un país rico y próspero, con una gran producción de trigo..."aunque yo sabía bien que muchos compañeros míos resistían el hambre hasta las merienda escolar de las cinco de la tarde sin más alimento en el estómago que una batata asada como desayuno".
Las voces de los entrevistados no desarman el pesado retrato del héroe, sino que lo confirman. María Inés todavía no lo dice, pero ya para ella el orgullo consuela mal la decepción: la máscara de bronce parece imposible de atravesar. Según testimonio de Pancho Rivas, militante FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) Montoneros, "tu padre era un fundador, era la persona que tenía una idea más clara del sentido y de la estrategia". Según Miguel Bonasso, los propios "milicos" que lo mataron se admiraban de su coraje. Lo más emotivo de la película es la voz y el rostro de Azucena, madre de María Inés, esposa de papá Iván. "Nos casamos en agosto de 1963. Compartimos trabajo pedagógico en el colegio San Francisco de Asís", cuenta la viuda del guerrillero, y se emociona recordando un sueño de ambos: fundar una escuelita en la Patagonia o en algún lugar remoto del país. Al amor entre ambos se le entrelazaba el amor por la educación. A la voz en off de Azucena se le superpone una imagen de ironía feroz: el frente de la Escuela de Mecánica de la Armada. Allí, años más tarde, "Lino" sería denunciado ("citado", en la jerga de los presos políticos).
Ante la pregunta por el destino de La película, según la hija, se proponía ser "una" tumba del padre, pero no lo es. Acaso porque no puede haber, de alguien, una entre muchas tumbas, o muchas miradas, o muchos papás posibles: sólo una, sólo uno, ciertos y definitivos. Es esta tozudez de lo real lo que lo distingue de la ficción. El filme fracasa en reconstruir al padre, en traerlo a lo real desde las brumas del mito: y aquí radica precisamente su triunfo, que es el lograr dar cuenta de la singularidad del hombre, calcada en negativo a través de su ausencia. El combatiente que era sólo una pieza de ajedrez entre otras, resultó insustituible en su intimidad familiar. El film demuestra que lo público y lo privado se rigen por valores muy diversos, y muestra los frágiles sentimientos y lazos humanos como lo más sólido ante las incertidumbres de la Historia. ¿Valió la pena tanto sacrificio? es una pregunta a la que esta película no puede responder. Por el dolor que expresa, lleva a contestar que no, que no valió la pena. Pero estar absolutamente seguros de eso sería ignorar otro abismo: el que se abre, al menos para aquellos militantes, entre la victoria que acaso tampoco hubiera podido ser jamás, y la derrota que fue.



El documental se muestra el jueves próximo.
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