Siegfried Mortkowitz
París. - El primer ministro israelí, Ariel Sharon, que nunca fue considerado un avezado diplomático, apretó esta semana los dientes y viajó a Europa para llevar a cabo una misión de diplomacia formal. Sharon, quien visitó Berlín y París por primera vez desde que fuera elegido premier, tenía que saber que iba a recibir presiones por parte de los líderes europeos para que alivie su postura rígida y comience a implementar el plan Mitchell, que demanda la congelación de la construcción y ampliación de los asentamientos judíos. Y esto es, de hecho, lo que oyó durante su gira. El jueves, en Berlín, el canciller alemán, Gerhard Schroeder, le dijo a Sharon: "Creemos que ya es hora de que comience la fase uno (del Plan Mitchell)". Varias horas después, el presidente francés, Jacques Chirac, le recordaba que ha llegado el momento de implementar las recomendaciones del plan, que describió como "indiscutibles, equilibradas y aceptadas por todos". En Berlín, Sharon -quien con anterioridad había rechazado la demanda de congelar los nuevos asentamientos- aseguró que Israel está dispuesto a implementar las recomendaciones del informe Mitchell, pero sólo cuando haya un "absoluto alto el fuego" y se ponga fin a la violencia y el terrorismo, una exigencia que la mayoría de los líderes europeos considera poco realista. Pero Sharon no viajó a Europa para cambiar opiniones. Si tenía una estrategia -aparte de adular insinceramente a la Unión Europea- era la de abrir grietas en la indivisible política europea respecto a Medio Oriente. "Estaríamos muy satisfechos si los europeos se involucraran más en el proceso político", dijo a los periodistas a bordo del avión que lo trasladó de Berlín a París, "pero tienen que tener una política más equilibrada, como las de Alemania y Gran Bretaña". Desde luego, Sharon sabe dónde están Londres y Berlín, tanto geográfica como políticamente. Pero el primer ministro israelí quería dejar algo claro: sea nuestro amigo o manténgase fuera de la política en Medio Oriente. Sabía que no iba a estar entre amigos en París, ya que los franceses han sido los que más abiertamente han criticado las acciones israelíes en los territorios palestinos ocupados. Tanto Chirac como el primer ministro galo, Lionel Jospin, han acusado en repetidas ocasiones a Israel de provocar una innecesaria escalada de la violencia en la región, y han calificado las represalias militares israelíes de exageradas e injustificadas. Así, Sharon le dijo a Schroeder que apreciaba la postura equilibrada de Alemania frente a todas las partes implicadas en el conflicto en la región, y que le gustaría reclutar la ayuda de Berlín en la búsqueda de la paz. Sin embargo, para Francia tuvo otras palabras. París "puede ayudar a que se alcance un acuerdo político", dijo tras su entrevista con Chirac, y prometió que no dudará en pedir la ayuda del presidente galo "cuando sea necesario". Un rechazo sutil, pero que prueba que el viejo guerrero está aprendiendo el refinado lenguaje de la diplomacia.
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