Las elecciones muy concurridas del 17 de junio premiaron al antiguo rey búlgaro Simeón de Sajonia-Coburgo, cuyo Movimiento Nacional Simeón II se impuso ampliamente frente al oficialismo conservador y a la oposición socialista. Unos cinco años atrás Simeón no podía poner pie en Bulgaria, pero un permiso y el carisma de una figura que representa ante los búlgaros una instancia última de autoridad y honradez le allanaron rápidamente el camino.
Ahora está en condiciones de formar gobierno (aunque le faltó una banca para lograr mayoría propia: logró 120 sobre 240) y puede optar por ser primer ministro, convirtiéndose así en el primer monarca europeo que regresa al poder a través de las urnas. Era la primera vez en su vida que Simeón votaba, y debe haberlo hecho por una plataforma, la suya, que sólo tiene dos meses de vida.
El origen de esta anomalía política es el fracaso del gobierno conservador del presidente Iván Kostov para aliviar la crisis económica que atraviesa Bulgaria. Este país balcánico es el aspirante más pobre para ingresar en la Unión Europea. El desempleo y una flagrante corrupción son el lastre de un gobierno que obtuvo ciertos éxitos como el avance en las negociaciones para ingresar en la UE y la Otán pero nada tuvo que hacer con su "privilegiada" posición geográfica, que convierte al país en el proveedor europeo de heroína y aquel donde más arraigada está la mafia del tráfico de inmigrantes.
En los últimos años el desempleo ha trepado al 19% -el 30 en algunas regiones- al tiempo que el sistema sanitario se ha desmoronado y la corrupción ha crecido sin freno.
El mérito de la integridad
El artífice del milagro político búlgaro tiene 64 años y fue expulsado del país por los comunistas en 1946. Al nacer en 1937 su padre Boris III había amnistiado a cuatro mil prisioneros y ordenado que se subieran un punto las calificaciones de todos los alumnos búlgaros.
Simeón nunca dejó de reclamar una oportunidad para regresar a su país, pero ésta le llegó sólo tras 50 años de exilio en España. A diferencia de otros monarcas depuestos de Europa Oriental -como Alejandro de Yugoslavia, Leka de Albania, Miguel de Rumania y María I Romanov en Rusia- nunca abogó por el retorno a la monarquía, pese a no ha abdicado.
Contra el consejo de sus seguidores, Simeón no aprovechó para ello la caída del comunismo sino que se limitó a abogar por la unidad del país. Su retorno a Sofía en 1996 fue seguido por una multitud enfervorizada, pese a que sólo el 10% de la población se declara monárquico. Simeón sólo volvió cinco veces a Sofía desde entonces, lo que no le impidió convertirse en un eficaz revulsivo para la política búlgara con un discurso difuso basado en la vindicación de su honestidad y de que se excluirá del gobierno a "todos" los corruptos.
El triunfo de los partidarios de Simeón no fue fácil: antes tuvieron que apelar un dictamen que los dejaba fuera de la carrera para las elecciones legislativas, y sortear una insidiosa campaña de desprestigio en la que se acusó al antiguo rey de mujeriego, adicto al juego, agente del KGB y títere de la mafia rusa.
Simeón sorteó las críticas concretando un ascenso que sería inexplicable sin el hecho de que, como apuntaba antes de las elecciones un editorial del diario Dvenik, "la gente ve al rey como un sujeto humano en un mundo desalmado". Esto es consecuencia de la falta de desarrollo de la cultura democrática búlgara y de los lazos todavía firmes con el personalismo comunista.