Corina Canale
Un nuevo día se descuelga sobre la soledad de Tilcara, pueblito de la puna jujeña, y trae un sol que pega fuerte. El frío se hará menos frío pero volverá con fuerza en el ocaso. Las mujeres van a la iglesia de la Virgen del Rosario a oír la primera misa del padre Miguel Angel y las palomas buscan la tibieza del adobe en las cúpulas coloniales del sitio santo. Frente a la plaza una pizarra anuncia la función número cincuenta del espectáculo teatral "La noche que velaron a Juan Lavalle". Allí está la capilla donde los soldados de Juan Galo Lavalle llevaron a su jefe muerto y tomaron una dolorosa decisión: descarnarlo a orillas del cercano arroyo Huacalera para impedir que las tropas de Oribe se ensañaran con el cuerpo. La plaza se llama Coronel Manuel Alvarez Prado en homenaje a uno de los creadores de las legiones gauchas de la Quebrada de Humahuaca, formadas por valientes que lucharon por ser libres. Una plaza con pircas y cardones altísimos. Trayendo una mesita de madera y al abrigo de un poncho oscuro llega María Vargas. Apenas se acomoda empieza a amasar las mejores empanadas de Tilcara, rellenas de carne especiada y papas andinas. La pequeña mujer de manos fuertes siente que cuando llega San Juan los días son distintos. Para los tilcareños el día de San Juan, el 24 de junio, es de revelaciones. De tanta devoción lo han hecho dos veces santo y así lo nombran: el Sansanjuan. Esa noche, cuando se levante la piedra, sabrán cómo será el año andino que comienza en julio, y que viene precedido por la fuerza del sol que llega con el solsticio de invierno. Nadie quiere ni puede sustraerse al pensamiento mágico que se instala en Tilcara -lugar del buen cuero, en quichua- durante los días del Sansanjuan. A través del santo sabrán cuáles son los mejores cultivos, un designio del que dicen sólo "se sabrá lo que hay que saber". De a poco van llegando a la plaza los artesanos que venden ponchos de oveja y de llama, vasijas talladas en la tierna madera del cardón y prendas de abrigo. La plaza se va animando, los perros de Tilcara van y vienen, apurados, y de los parlantes de la peña surge la voz de Hernán Figueroa Reyes. Por una de las callecitas color ocre baja el director de Turismo, Eduardo Escobar, quien dirige el programa nacional "Nosotras", que iba a ser para 80 mujeres y terminó convocando a 300. "Les enseño a administrar la despensa", dice Escobar acerca de los talleres que dicta para que las mujeres tilcareñas aprendan a convertir manzanas y tomates en dulces, y a envasar el sabroso escabeche de llama. Una buena manera de aportar a las modestas economías de sus hogares. Después, ya con el sol alto, llega el tiempo del locro caldudo y picante, del maíz molido y envuelto en chala. Un buen momento para recordar que la noche anterior ardió la fogata de San Juan en el patio de la casa de los Sajama, donde todos bailaron, cantaron y saltaron al son de los sikuris, los bombos y las cornetas. Frente a la capilla donde se veló a Lavalle, 15 actores representaron la función número 50 del programa "La historia en su lugar", puestas teatrales que Marisé Monteiro está armando a lo largo del país y que además de placer generan puestos de trabajo. Ya hay que apurar el último té de coca y partir hacia la cercana Huichaira, un solitario paraje entre cerros de colores donde culminará esta festividad. De barba blanca y boina colorada, "Lobo" prepara su último cuento: la historia de una canción de Atahualpa Yupanqui que dice: "han volteado hasta el recuerdo, entonces a qué volver". En la tarde del Sansanjuan todos suben hasta la casa de la Teodora Sajama. En la tierra seca está la mancha oscura de la fogata que ardió en la víspera, y se escucha el murmullo de los hombres que juegan a la taba y toman chicha. Y en el patio las mujeres convidan con locro y mote, mondongo y estofado. Un arco de frutas, verduras y flores anuncia que allí está el santuario del Sansanjuan. Con un batoncito floreado y los ojos oscuros y brillantes, Teodora, señora de esa casa, recibe a fieles y promesantes. De un jarrito de lata la mujer de edad incierta toma tragos de chicha. Un hombre pequeño entra con una vela encendida. Es Esteban Sajama, conocido como "el esclavo del Sansanjuan", un agricultor que cuidó durante muchos años el misterioso Pucará de Tilcara. Esteban cuenta que heredó de su padre la imagen del Sansanjuan, y está convencido de que "siempre quedará en esta familia". Ahora, cuando el frío puneño comienza a bajar sobre los cerros, sólo falta "la danza de los cuartos", que bailarán los "samilantes" que se cubren con plumas de avestruz, el "suri" de estas tierras. Por el camino que baja hacia Tilcara se recorta en la luz menguada del atardecer la figura de Trinidad Cabrera, la artesana de las ermitas. Un grupo de jóvenes camina tras ella llevando de regreso al San Francisco de Asís que vino a acompañar al Sansanjuan en su día. Algunas bombas de estruendo todavía resuenan en el silencio cerreño.
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