El famoso Sol de Mayo -después Saigo- se alzaba en Avenida Pellegrini y Corrientes, al lado del cine del mismo nombre. A este café, refugio de futbolistas, burreros y barras pintorescas, hoy desaparecido de aquel lugar, le dediqué un capítulo completo en uno de mis libros. Otro también desaparecido pero más ignoto, cuyo nombre se me escapa y que ofrecía un excelente café con leche, era el ubicado en la esquina noroeste de las calles Santa Fe y buenos Aires, en el mismo predio donde la Municipalidad, que está enfrente, colocó una estatua de Diana Cazadora.
En el rubro de los bares, estaban Al Gran Vermouth, en Paraguay 901, célebre por su servicio de vermouth con los cuarenta platitos, el Splendid en Avenida Pellegrini 1467 y aquellos que, como el título de la película, configuraban "El Camino a Santa Fe", a saber: el Derby, que había sido de Aguiló, en Santa Fe 901, La Cabaña, Santa Fe 961; el Vienés, de Llabrés, en Santa Fe 1112 y otros no menos clásicos como la Chopería Santa Fe, la Ehret, el Munich y el Victoria, en Santa Fe 1086, 1261, 1357 y 1378.
La Buena Medida, que aún presta servicios en la esquina de Buenos Aire y Rioja, con un quiosco de diarios y revistas en la ochava, siempre se distinguió por lo económico de sus entregas gastronómicas, léase sandwiches de milanesa o de jamón y queso, y por la heterogeneidad de su clientela. Pariente del Inca, ubicado frente a la Estación Rosario Norte, era El Indio, que se encontraba en Córdoba 2801, esquina Ovidio Lagos, y que además de bar oficiaba de despensa y fiambrería. Allí, como en otros lugares característicos, los curdelas sabían concurrir hasta con sacacorchos propio.
Una luz de almacén
Restaurantes había con servicio de bar -al igual que ahora-, como La Comedia, que estaba en Mitre 954 al lado del teatro del mismo nombre, al que se podía ingresar por una escalerita que estaba en el salón. Además estaba el City, de Bessone, en San Luis 969, donde todavía se conserva en el frontispicio el número impreso en loza azul y blanca. La Querencia en Santa Fe 1050 y el Rich, San Juan 1031, eran más exclusivos en su rubro. Por el lado de la Terminal de Omnibus de juguete que tenía Rosario, en 3 de Febrero y Entre Ríos, se ubicaban La Viña y Terminal, que eran además hoteles, sitos en 3 de Febrero 1244 y 1255 respectivamente. Hoteles con bar al frente eran, por ejemplo, El Europeo, con su gran piso de madera y espejos en las paredes, en calle San Luis, donde se encuentra actualmente remozado, y el Romani con sus grandes placas de bronce a los lados de la puerta, que estaba frente al teatro La Comedia y donde Carlos Gardel se contó entre sus ilustres pasajeros.
También hubo restaurantes en la zona de Rosario Norte, que ofrecían buen café tanto al viajero como al nativo de estas playas. Ellos se llamaron El Paraíso, en Avenida del Valle 2681, el de Fuster y el de Ariza en la misma arteria, bajo los números 2701 y 2745. A la vuelta, en Callao 1406 estaba el de Octavio Silvano con cuyo hijo éramos amigos. Condiscípulos y amigos también éramos con el hijo del dueño del restaurant que estaba en Salta 2398, de apellido Calderoni.
Siguiendo con los de la Estación, Guillermo Joya tenía su café en Avenida del Valle 2723, al lado del Inca, al que seguía Los Colonos, de don Pío Lombardi, que antes había sido de Robba Hnos y que tenía pretensiones de confitería, con palco para orquesta y todo y al que surtía de alfajores santafesinos un tío abuelo mío de apellido Ferraris, quien los fabricaba. Cerrando esta reseña podemos decir que en la Confitería de la Estación Rosario Norte, que también era restaurante y cuyo propietario se llamaba por entonces Miguel Balaguer, podía saborearse un buen café servido en jarra de metal cromado y también en el clásico pocillo, con una salvedad: era, como decíamos los muchachos, de "pava", o sea no express.
En la esquina de Córdoba e Italia, sobre la vereda de LT8 hubo una mueblería que se transformó en café donde el local era muy grande, muy alto y muy frío, al que concurrían cuando tenían algunas monedas los integrantes de la plantilla radial. También eran típicos los almacenes donde improvisaban los payadores y que luego se fueron transformando en cafés incorporando a tiempo primero la fonola, después la victrola, luego el combinado, más tarde la Wurlitzer, que para que anduviera había que echarle una moneda, y que fuera suplantada por el Wincofón, los compact, la frecuencia modulada y el televisor.
El café del griego
Si existió un restaurant con hotel y bar de gran prestigio en Wheelwright 1403, frente a la Estación Rosario Central, llamado Alto Piamonte, no podemos dejar de evocar a dos célebres lugares de comidas, chopería, sandwichería, café y bar. Uno era La Aduana: estaba en San Lorenzo y Maipú y se especializaba en pescados y mariscos, entre otras exquisiteces, encontrándose abierto las 24 horas. El otro se llamaba 25 de Mayo, estaba en Córdoba 901, frente a la Plaza San Martín, se podían comer caracoles a la bordalesa y era comandado por el conocido Gorostarzu, cuyo hijo, inscripto en las lides periodísticas como corresponsal del diario La Nación, en Rosario, también fue amigo nuestro.
El Bar Lácteo Juvencia, en San Martín 714, frente al Banco Provincial de Santa Fe, estaba a la vuelta de la pizzería La Argentina, ubicada en Santa Fe 1036, al lado de la Confitería Nuria. Las pizzas de este lugar, trozadas por el dueño que las hacía, con aquel cuchillo de punta semicircular hacia arriba y acompañadas por el clásico vaso de vino moscato, eran un verdadero manjar. Y ya que de pizzerías hablamos, recordamos a La Rubia y a La Pastora, que custodiaban por San Luis la periferia del Mercado Central, y por Sarmiento, casi al lado de este diario, a Las Quintetas que era también bar. Otro Bar Lácteo que no puedo dejar de nombrar fue la Granja Royal a cuya inauguración asistí y que estaba frente al cine Capital y al lado de un café de japoneses. Este lugar fue célebre por sus panqueques con dulce de leche, sus platos de salchichas con arvejas y su famosa Copa Royal, consistente en bizcochuelo, helados de tres gustos, crema, dulce de leche y fruta abrillantada.
Volviendo a los cafés propiamente dichos y yéndonos a los barrios, no olvidamos a El Nexo, que estaba en el 2846 de la calle Salta y cuyo dueño se llamaba Eloy Bermejo. En el 2840 funcionaba un local ocupado por la tintorería de Tosio Teruya y que era gemela al del Nexo. Cuando éste cerró hacia fines de los 70, un ex mozo del Laurak Bat, de apellido Rivas, reabrió el bar, pero esta vez en el local de la tintorería que ya se había ido también. Otros cafés fueron El Danubio Azul en Pellegrini 139 bis, cerca del bailable Castel Rojo, y El Parque, en Pellegrini 2798, frente al Parque Independencia. Algunos estuvieron en distintas zonas, como el Baby, en Urquiza 3543, los de Jovito Camino en Montevideo 2798, Mateo Franolich en San Martín 5398 y Payaka en Mendoza 2498.
Famosos también fueron los de Avenida Lucero, como los pertenecientes a Berísimo, Hirsch Lonche y Villalba Cresos, ubicados en dicha arteria bajo los números 255,373 bis, y 419, y el Saladillo Bar en Avenida Lucero 433 bis. Otros fueron -y aún son- el Zordan en Cerrito 3591, Uria, 9 de julio 398, El Porvenir, Alem 3177, el Azcuénaga, Mendoza 5459. Entre tanto café como hubo y hay en los barrios, nos viene a la memoria el de Julio Rinaldi, en Génova al 800. Ahora, boliche pero de lo que se dice boliche fue el de Basso, con entrada por Salta 3193 y por la esquina de Vera Mujica. Tenía colgada del techo la propaganda de una bebida con el famoso loro de cartón mientras dragoneaba en un extremo del mostrador de estaño la campana de vidrio donde se exhibía una horma de queso fresco. En el piso se volcaba aserrín los días de lluvia o de mucha humedad y se aseguraba, en broma por supuesto, que las monjas iban al boliche de Basso a tomar vino de paradas, arrimadas al estaño. Recuerdo que un bromista le escribió con tiza en los costados de la entrada de la ochava, por el lado de afuera, la palabra Bowling rematada por una flecha indicando un imaginario subsuelo.
No al olvido
¿Cuál era el principal mandamiento con respecto al ingreso a los cafés? Se entraba al salón a tomar café y a jugar al billar o a los dados con 18 años cumplidos. Y era real. Como era real que el mozo del café Los Dos Pibes, de Avenida Francia y Salta, lo sacara afuera de una oreja al petiso García cada vez que lo encontraba "colado" en algún partido de billar.
Hasta que un día apareció el petiso, trajeado de punta en blanco, con los zapatos lustrados, corbata, gemelos en los puños de la camisa bien planchada y agarró un taco. Lo vimos. Cuando el mozo lo iba a sacar a la calle por centésima vez, el petiso García se abrió el saco, extrajo de un bolsillo interno una flamante Libreta de Enrolamiento y arrojándola en medio de la mesa de billar, sobre el paño verde, le dijo al mozo alzando la voz para que todos lo escucháramos: "¿Y esto que es? ¿Verdurita?".
Copadas las plazas por chicas jóvenes, hoy los mozos varones constituyen una rareza que va barriendo el tiempo. Mozos que fueron nuestros mantenían una familia con su trabajo diario y digno, que se jubilaron y desaparecieron de este mundo, forman una inolvidable legión de gentes que se fueron y que se recuerdan con cariño. Algunos establecimientos cafeteriles quedan aún en el tintero. No es mi intención olvidarme de ellos, sino hacer que reciban el mismo homenaje de los ya nombrados: el recuerdo emocionado y permanente de aquellos parroquianos que los frecuentaron y disfrutaron en ellos momentos de grata expansión, oportunos encuentros, sanas vivencias, fraternales consejos y sueños e ilusiones compartidos al por mayor.