| | Editorial Un paro sin consenso
| No hace falta ejercer un grado superlativo de perspicacia para llegar a la conclusión de que la última huelga de docentes decidida por la Asociación del Magisterio de Santa Fe (Amsafé) fue, cuanto menos, desafortunada. Y no es que se les quite legitimidad a los reclamos del sector (al respecto, basta consultar esta misma columna en la edición del pasado lunes 25 de junio), sino que se reitera un concepto ya vertido hasta el hartazgo en las páginas de La Capital: el modo en que se expresan atenta, fundamentalmente, contra los intereses de la gente. Es que los principales damnificados por la medida de fuerza no son otros que los chicos, que pierden días de clase que para su formación resultan invalorables. Eso sin tomar en cuenta los perjuicios que se crean para los padres, cuya rutina diaria y laboral se ve seriamente alterada por la impensada obligación de hacerse cargo de sus hijos. Y a pesar de que se sostenga que la escuela no es "una guardería", tampoco resulta admisible adoptar tan livianamente una decisión tan drástica como constituye un paro. Ocurre que, entre otras cosas, la escuela también es una guardería, es decir un lugar en el cual los niños son preparados para enfrentar el futuro, sí, pero donde a la vez reciben cobijo, contención y afecto. Sin embargo, la dirigencia gremial que representa a los docentes continúa sumida en un virtual estado de sordera. Lo curioso es que esa actitud de cerrada intransigencia careció de respaldo hasta por parte de las bases, que en una abrumadora mayoría optaron por trabajar en la jornada del miércoles, desobedeciendo la resolución sindical. En ese hecho sin dudas ha influido la respuesta que el Ministerio de Educación provincial dio a la proyectada huelga: simplemente, quienes se ausentaran a su trabajo dejaban de cobrar el presentismo, a la vez que se les descontaba el día. Y aunque lejos se está de tomar partido por medidas de esta índole como solución para todos los problemas, no puede dudarse de que en este caso la amenaza resultó altamente efectiva. Pero lo que debería obrar como principal argumento a la hora de definir si se para o no es, en última instancia, el consenso popular que genere lo que finalmente se haga. Y el miércoles, la respuesta es: nulo. Otro elemento que debiera pesar en la evaluación es el potencial desgaste al que se somete a un arma que sólo debiera emplearse en situaciones extremas. A tal punto, que ya existe una especie de triste acostumbramiento a las huelgas docentes: para muchos ciudadanos, no significan ninguna novedad. Se trata, para ellos, de un hecho tan previsible como la lluvia en un día nublado. Y es una real pena que una causa indudablemente justa pierda gran parte de su sustento como consecuencia de la torpeza política con que se la defiende.
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