Un joven abordó a un remisero de Capitán Bermúdez y lo obligó a llevarlo hacia un camino rural de Ricardone, donde lo amenazó a mano armada para llevarse su auto. El chofer intentó resistirse al robo y se trabó en un forcejeo con el ladrón, que lo golpeó y efectuó un disparo que no tuvo mayores consecuencias. El vehículo apareció volcado a un kilómetro del lugar de los hechos.
El hecho se inició a las 20.40 del jueves, cuando el joven en cuestión -aún no identificado- le hizo señas al remís que conducía Ramón Carranza, de 55 años. Delgado, calzando un vaquero, con una campera tipo rompevientos y "carita de mamengo" -según recordó el chofer-, el joven le indicó que debía ir a Ricardone a ver a su abuela.
El Renault 19 gris arrancó. El chofer le preguntó al joven si era de Bermúdez. El chico contó que vivía en Granadero Baigorria, "a tres cuadras de la confitería Castelvecchio, ahí nomás del nuevo destacamento policial". Como la charla era franca el conductor, animado, lo invitó a que se pasara adelante. El pasajero brindó detalles que dejaban saber que era de la zona. Le contó que había estudiado en la escuela agrotécnica de Ricardone. Ramón quiso saber si conocía a un amigo suyo que trabaja allí. El chico asintió y dio detalles que convencieron al chofer de que decía la verdad.
A punta de pistola
A los quince minutos de charla el chico dijo que iban a la casa de la abuela que vivía en el campo. Le indicaba el camino pero en un punto pareció ignorar cómo seguir. "Ya no se veían casas por ningún lado. Retomamos el camino por la ruta A-012 en la zona paralela a la planta de Vicentín. Vimos una casa y preguntamos por la familia Capella, que era el apellido de la abuela del chico. La familia existe porque nos indicaron cómo llegar a la casa. Fuimos pero no encontramos a nadie".
La casa estaba al lado de una estación de servicio en el centro de Ricardone. En el bar mucha gente miraba Boca-Cruz Azul. Pasó una mujer a la que el chico le preguntó por la familia Capella. Ella les indicó la casa. El jovencito miró al remisero y le dijo que no quería ir allí porque era lo de un tío con el que no tenía buena relación. Pidió entonces ir a otro lado.
Por primera vez el remisero, entonces, dudó. Le explicó al chico que tenía un compromiso en San Lorenzo y que debería dejarlo por allí. "Vos no vas a ningún lado", le dijo el chico, mostrando un revólver 32 cromado. Se lo colocó en la cabeza y le exigió que siguiera manejando.
Lo que asombró al chofer es que el chico nunca planteó qué quería. "Solamente me decía que el arma tenía una sola bala que era para mi cabeza", recordó.
A las 21.20 el chico le pidió al remisero que frenara. El chofer obedeció y le empezó a disputar el arma. Estaban en un camino rural. Forcejearon, el chico le puso un dedo en el ojo y presionó hasta lesionarlo. Ramón narra que con gran esfuerzo le arrebató el arma, la arrojó por la ventanilla y salió a buscarla. Logró tomarla pero el chico se le colgó a babuchas. La segunda vez que disparó salió el tiro. Siguió gatillando en falso hasta que el tambor terminó de girar: no había más balas. El adolescente se zambulló hacia el auto aceleró y desapareció.
Ramón había quedado solo en medio del campo y con el arma en la mano. Caminó hasta un parador de camioneros detrás de la empresa cerealera Agroadelina. Allí, visiblemente lastimado y con el ojo cerrado, contó lo que le había ocurrido. Uno de los transportistas que miraban la final de la Copa Libertadores usó su celular para llamar a la policía.