La noche rosarina no encuentra su cauce. Pese a las reglamentaciones municipales, un sinnúmero de problemas se sucede cada vez que los boliches abren sus puertas durante las madrugadas de los fines de semana. Los ruidos molestos permanecen dentro y fuera de los locales, y las confiterías se instalan donde quieren sin respetar las zonas de radicación promovidas. Además, aún hay locales que no pusieron los detectores de metales y tampoco fueron colocados los medidores de sonido para evitar el exceso de decibeles. Como si esto fuera poco, siguen las denuncias por discriminación de ciertos jóvenes que se ven privados de entrar a los reductos nocturnos por el capricho de sus propietarios.
Un joven de 23 años, Héctor Schiaffino, denunció que no pudo ingresar al bar "La Casa del Bajo" (avenida Belgrano entre Buenos Aires y Santa Fe) durante la madrugada del último domingo porque tiene rastas. Había decidido entrar con su novia "a tomar una cerveza" pero le impidieron hacerlo.
Según relató Schiaffino a La Capital, "el que vendía las entradas me dijo en la puerta que no iba a poder pasar porque al dueño no le gusta la gente con el pelo así".
Si bien el afectado se retiró casi sin protestar, concurrió luego a realizar la denuncia "por discriminación" en la sede local del Inadi, institución oficial que recibe ese tipo de quejas.
Mientras, desde hace largos meses, los vecinos de los boliches se convirtieron en verdaderos insomnes consuetudinarios. La música del interior de los locales ingresa y retumba en las viviendas linderas, aparte del sonido que se genera en la calle, producido fundamentalmente por los ruidos de los motores de vehículos y a raíz de las frecuentes peleas entre los jóvenes habitué.
Mientras tanto, los propietarios de los comercios no logran ponerse de acuerdo con la Municipalidad, que dicta muchas normas pero que se cumplen muy pocas.
Discotecas encubiertas
"Debo baldear el pasillo de entrada a mi casa todos los fines de semana por el olor a orín que sufrimos cada vez que nos acercamos a la calle", confió Mary, de Alvear al 100 bis.\Según la denuncia de los vecinos, en esa zona funciona un bar con amenización musical que en realidad actúa como disco encubierta. Para colmo converge en este local nocturno parte de la movida bolichera que al cierre de otras confiterías bailables recala en el bar after hour para prolongar la noche hasta muy entrada la madrugada.\Otro tema urticante son los molestos minimarkets, que ocultan tras un aparente kiosco la venta de alcohol a menores y son lugares de encuentro donde se escuchan picadas de autos y ruido a botellas rotas.\En San Martín y Tucumán ya son moneda corriente los estragos que las barritas de adolescentes causan en los edificios próximos a los bares y boliches del centro.\Casi todos los bares están en infracción permanente con el factor ocupacional que establece la ordenanza 6.326, que regula la noche rosarina. Esto implica que los dueños de estos lugares hacen ingresar más gente de lo permitido, poniendo a su vez en jaque la capacidad operativa de sanitarios y reservados.\Los operativos de tránsito que decidió llevar adelante el Ejecutivo en las zonas de boliches no dieron los frutos esperados. En rigor, sólo lograron trasladar problemas a otros sectores que, hasta ahora, zafaban. Aparte, las calles siguen atestadas de jóvenes que se agolpan en las confiterías y estacionan automóviles en doble fila y hasta algunos arriba de las veredas.