| | Aniversario Hora de un nuevo grito
| Eduardo Buzzi (*)
El lunes se cumplirán 89 años de la gesta fundacional de la Federación Agraria Argentina: el Grito de Alcorta. Denominación histórica de la primera huelga agraria argentina que, desde la localidad homónima del sur santafesino, se extendió a toda la geografía agropecuaria del país, acontecimiento que marcó un antes y un después en el campo argentino. Y vale la rememoración. Recordemos que hasta entonces, 1912, predominaba un sistema semifeudal de explotación de la tierra. Acaparada por grandes latifundistas, sólo era funcional al interés de ese grupo minoritario de familias, que se servía del trabajo sin descansos ni derechos de los agricultores, entre los que predominaban inmigrantes de origen italiano. No existían leyes que ampararan a estos agricultores, obligados a un constante peregrinaje. Generalmente sólo se los tomaba -no existían los contratos- por un ciclo agrícola o, apenas, por una cosecha. Familias íntegras tenían sus precarias viviendas montadas sobre carros para hacer más ágil su constante traslado por los distintos latifundios. Esta realidad comenzó a cambiar a partir del Grito de Alcorta. Con ello nació un vigoroso movimiento agrario reivindicativo nacional que, pocas semanas después, se crea de la FAA. La esencia primera del movimiento fue lograr contratos de arrendamientos y aparcería justos y por tiempo razonable que permitiera el arraigo del agricultor y su familia y alcanzar mejores condiciones de trabajo. Luego, el gran objetivo: el acceso a la propiedad de la tierra. Y, en un sentimiento más amplio, contribuir al desarrollo de las poblaciones del interior. Con ello, se logró una vasta legislación que cambió favorablemente el destino de la familia agraria. Así, todos los objetivos de los pioneros del movimiento se fueron cumpliendo y el campo cambió sustancialmente su fisonomía socioeconómica, multiplicándose a lo largo y ancho del país este tipo de empresas agropecuarias familiares, eficientes y pluriproductivas, reverso del sistema de explotación extensiva de los grandes latifundios. Hoy, 89 años después, esa franja de productores atraviesa circunstancias adversas. Y no exageramos al sostener que virtualmente estamos compelidos a luchas similares a las de 1912. Las políticas instrumentadas fueron decididas e inducidas a la concentración de la propiedad, la que queda en manos de grupos económicos que se quedan o se van del "negocio" del campo, apenas asuma una oportunidad de mayores ganancias. Mientras, miles de verdaderos productores son arrojados de sus predios por el trabajo a pérdida y el consecuente endeudamiento. Estamos convencidos de no equivocarnos si sostenemos que a lo largo de la década del 90 y lo que va de la actual, desapareció más del 30 % de empresas agrarias familiares. Y la suerte de la mayoría de las que aún perduran hoy aparece comprometida. A esto estamos llegando. La tremenda devastación socio económica provocada entre los pequeños y medianos productores de todo el país va abonando el terreno para un nuevo Grito de Alcorta. Por ello, puede amanecer una nueva gesta de rebeldía popular, pero mucho más abarcativa que aquel que dio origen a los mejores tiempos de la familia agraria. A los tiempos de crecimiento y de esperanzas. (*) Pte. de Federación Agraria
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