Pedro Squillaci
Un cascarudo del 30 le pisa los talones a una cupé sport de los 70. Un convertible del tiempo del ñaupa pide pista, mientras una moto con sidecar toma una curva. Estas escenas vivieron los rosarinos ayer al presenciar la caravana del Club de Autos Históricos de Rosario (Cahr) realizada en el marco de la Semana de la Bandera. Unos cincuenta coches antiguos y una decena de motocicletas inundaron de asombro los rostros de la gente, en una jornada cargada de glamour y de nostalgia. Para un fierrero, confundir un auto con otro puede ser fatal. Y más si se trata de un Ford con un Chevrolet, una rivalidad a la que los entendidos llaman "el Boca-River sobre ruedas". Y así como esa competencia de marcas no reconoce épocas, la admiración por los autos tampoco. Cualquiera que se detuvo para apreciar la marcha sintió la sensación de estar ante el túnel del tiempo. Los mayores de 60, porque los disfrutaron en sus años de juventud; los de 40, porque los conocieron a través de los autitos Matchbox, y los pibes, porque sí. "Mirá, éste es el mejor", le dijo Gonzalo, de 7 años, a su amigo, al sorprenderse con un Porsche alemán del 72. Es que la sorpresa se impuso en la jornada organizada por el Cahr y auspiciada por el Foro Deportivo Rosario y La Capital. Poco antes de las 11, las bocinas comenzaron a sonar en el parque Independencia, lugar desde donde partió la caravana. En menos de media hora, los autos se rodearon de transeúntes que rompieron la opacidad del feriado para fotografiar y filmar las piezas de museo. "Estos son autos de colección, pero se los llama museos dinámicos, porque si bien respetan todos los accesorios de fábrica pueden marchar perfectamente, y eso los diferencia de aquellos que están estáticos en los museos", dijo Roberto Antoniz, vicepresidente del club. Y no pareció ser un detalle menor. Todas las unidades que ayer circularon durante cuarenta minutos por la ciudad son usadas casi normalmente por sus dueños. Y el casi normalmente es porque se los cuida un tanto más que a un auto común. Generalmente pertenecen a familias de coleccionistas, que pueden pagar desde 10 mil hasta 100 mil dólares por un chiche de la década del 20, que está muy lejos de la tecnología de uno serie 2001. Pero amores son amores; es más, muchos califican la pasión fierrera como "una enfermedad" y no se sonrojan por ello. Una de las perlitas que circuló ayer fue un Stutz 1929 Roadster, con carrocería de aluminio "Le Baron", árbol de leva a la cabeza y luces frontales direccionadas. Un lujo que pertenece a Alberto Molinari, un rosarino que es dueño además de otras 40 unidades, y se encuentra entre los más reconocidos coleccionistas del país. "Cada auto tiene su historia, y uno guarda un sentimiento muy especial por eso", dijo, mientras no se despegaba del volante del Stutz. Claro que es difícil dejar de mencionar al De Soto 32, seis ventanas; el BMW 54, cuatro puertas; el Rugby 26, Faeton; el Dodge 30, coupé, o el Plymouth 46 convertible, entre más de 40 coches. Las motos tampoco faltaron a la cita. Desde las checoslovacas Jawa con sidecar, de la década del 80, hasta bicicletas con motor. En la caravana se plegaron los BMW Isetta 300, más conocidos como ratones, que agregaron versatilidad a la exposición. "No por confortable y moderno tiene que ser mejor", decía un coleccionista arriba de un Dodge 47. La alegría con la que manejaba parecía darle toda la razón.
| |