Año CXXXIV
 Nº 49.150
Rosario,
domingo  17 de
junio de 2001
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Malta: La isla de los caballeros
El archipiélago del mar Mediterráneo es un libro de historia viviente. Fue escala de Napoleón en su camino de conquista y conserva algunos de los monumentos arquitectónicos más antiguos del planeta

Con vestigios de más de seis mil años de antigüedad, el archipiélago de Malta, en el mar Mediterráneo, fue moldeado por un grupo de tozudos caballeros que la ocuparon durante siglos. Eran los Caballeros de Rodas, quienes gobernaron Malta y sus islas cercanas -Gozo y Comino- hasta que llegó Napoleón.
Desde 1962, esta isla situada entre Sicilia y las costas de Africa del Norte, pasó a ser un estado autónomo y miembro del Commonwealth, y en diciembre de 1974 se constituyó en república.
La historia comenzó en 1530, cuando Phillippe Villiers, Gran Maestro de los Caballeros de Rodas, llegó a las rocosas y áridas costas maltesas. La isla era muy diferente a Rodas, de la cual los caballeros habían sido expulsados siete años atrás por el sultán turco Solimano el Magnífico.
Pequeña, sin recursos naturales y poco poblada, Malta no parecía el lugar ideal para aquellos hijos de nobles europeos. Caballeros que ni se dignaron mirar los templos megalíticos dedicados a una misteriosa divinidad femenina: la Venus maltesa.
Monumentos únicos en el mundo que habían sido construidos alrededor del año 4.000 antes de Cristo, con bloques de piedra cuadrados que forman estructuras curvilíneas. En cambio, los impresionó la llegada del apóstol San Pablo a la isla, en el año 60 después de Cristo, al naufragar el barco en el que iba prisionero hacia Roma.
Para estos Caballeros que combatían en nombre de Cristo, la presencia del apóstol fue una suerte de predestinación. Necesitaban una patria y se quedaron. Pero en 1565 casi doscientas naves turcas, y una dotación cercana a los 30 mil guerreros, llegaron a Malta.
Los Caballeros, apenas 700, estaban a las ordenes del Gran Maestro Jean de La Valette, y sólo contaban con 300 malteses y 5 mil mercenarios. La lucha finalizó con la llegada de un grupo de apoyo, que venía de Sicilia muy bien equipado, y que decidió a los turcos a replegarse tras la pérdida de 10 mil hombres.
La caída del fuerte Sant'Elmo motivó al Gran Maestro a construir una ciudad fortificada -la más segura de Europa-, que en su honor fue llamada La Valletta. Para ello convocó al arquitecto italiano Francesco Laparelli da Cortono, y la ciudad nació naturalmente aristocrática, una condición que conserva.
Durante mucho tiempo los Caballeros esperaron un nuevo ataque de los turcos, que en realidad se habían desentendido de esa isla habitada por fanáticos que vivían entre las rocas. El que sí llegó, dos siglos después, en 1798, fue Napoleón y su flota.
Bonaparte conquistó la isla sin resistencia alguna. Más aún, con la complicidad de los miembros franceses de la orden, que no se animaron a luchar con hombres de su misma sangre. Y también porque los Caballeros habían cambiado su filosofía de vida, olvidando el orden militar y volcándose hacia la diplomacia, el arte, la cultura y la política.
Napoleón, que había llegado sólo a aprovisionarse de agua y alimentos, no disfrutó de su triunfo. Dijo: "Malta tiene fortalezas formidables pero ninguna fuerza moral", sentenció desde su innegable espíritu guerrero.
La dominación francesa fue muy breve, apenas dos años, pero luego llegaron los ingleses, que estuvieron allí hasta que Malta se constituyó en República el 13 de diciembre de 1974. Fue un largo período de esplendor. Y cuando los hombres del mundo comenzaron a moverse, a descubrir otras tierras y otras culturas, Malta surgió como un destino turístico muy especial.
Para los europeos Malta es como un libro de historia viviente y la isla que posee uno de los puertos naturales más grande y mejor protegido de la tierra. Y afirman que el país es una síntesis afortunada de la amabilidad mediterránea y el disciplinado altruismo sajón que aprendieron de los británicos.
Sin duda, la alegría de los malteses nunca se enfrió por la flema inglesa. Entre mayo y septiembre son constantes los festivales en honor de los santos patronos, donde los fuegos artificiales acompañan a las procesiones.
Para los balandristas, Malta es el país; también para los buceadores que merodean por las grutas azules del Mediterráneo, y para los arqueólogos que ven derrumbarse viejas teorías. La que aseguraba que las pirámides de Egipto eran los monumentos arquitectónicos más antiguos.
Lo cierto es que investigaciones más recientes han demostrado que los misteriosos templos megalíticos de Malta son de una antigüedad de 500 e incluso de 1.000 años más que las famosas pirámides de Giseh. Y si todo eso no alcanza, están los deportes acuáticos y los platos de conejo -fenek, en maltés- que se acompañan con el crujiente pan de la isla. Y el sol brillando en las aguas de la bahía de Saint Julian's.



Un moderno caballero de la secular Orden de Malta.
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