Carlos Roberto Moran
Las historias del detective sueco Kurt Wallander han llegado a las playas de nuestro idioma, después de haber tenido mucho éxito en diversos países europeos a través de dos novelas: "Asesinos sin rostro" y "La quinta mujer", ambas publicadas por Tusquets. Ellas son respectivamente la primera y la última historia de intriga y suspenso pergeñadas por el escéptico y moralista Henning Mankell. La saga total comprende nueve novelas, de las cuales el sello español anticipa la próxima publicación de otras dos: "Los perros de Riga" (1991) y "Tras la pista falsa" (1995). A Mankell no le interesa ser conocido y reconocido como autor de género, esto es de "policiales", al punto de haber manifestado recientemente que por sobre todo quiere que se lo considere "un escritor político". Razones tiene porque, aunque no puede ignorarse que sus novelas son auténticos policiales porque respetan todas las reglas del caso, no deja de advertirse la serie de denuncias subyacentes -de tipo social, pero también morales- que informan a los textos. Así el racismo, los miedos que provoca en la desarrollada Suecia la posible recesión y la presencia del "extraño" (el país nórdico ha sido, ahora no tanto, el territorio contemporáneo por excelencia abierto a los refugiados del mundo), la pobreza en una región rica, se dan cita en estas historias narradas por Mankell con parsimoniosa -muchas veces exasperante- lentitud, mientras su detective Wallander intenta, pocas veces con suerte, mantener espíritu y cuerpo en vilo, a pesar de que nunca las cosas salen como él las desea. Como bien expresara recientemente Márgara Averbach al referirse a Mankell, en la obra del sueco, como en la novela negra norteamericana, "los crímenes no atacan a la sociedad: la describen". En sus relatos el escritor quiere transmitir precisamente esa idea, es decir que la sociedad sueca no es aquella donde nunca-pasa-nada, sino que en su interior laten los demonios que si bien no adquieren la dimensión metafísica de los que emergen en las películas de Ingmar Bergman de igual modo generan angustia, cobrando en su caso los rostros terribles de la intolerancia y la venganza. Escania no es, en estas novelas, la marca de rodados que conocemos sino una concreta región en la que subsisten campesinos viejos y en la que el frío todo lo preside. En esa zona del sur de Suecia se encuentra la ciudad de Ystad, donde Wallander desempeña sus tareas y en la que transcurren las novelas que hemos leído (desconocemos si eso ocurre con el resto de la saga). A Wallander las cosas suelen salirle mal: ha perdido a su esposa, Mona, que se cansó de él y tiene una muy difícil relación con su hija, Linda, así como con diversas mujeres (la fiscal Anette Brolin en la primera novela; la letona Baiba en la segunda) Tampoco ha sido buena la relación con su padre, quien aparece en "Asesinos sin rostro" como un viejo senil pintando de manera obsesiva un mismo cuadro naïf, mientras que en "La quinta mujer" fallece, aunque luego de haber podido al fin viajar a Italia (su personal Arcadia) y reconciliarse con su hijo. Las torpezas de la vida cotidiana del detective suelen trasladarse a sus investigaciones, que se desarrollan entre equivocaciones e ignorancias. Las pequeñas luces que aclararán los hechos se demorarán en aparecer y cuando la "verdad" se imponga dejará siempre insatisfecho a Wallander, un hombre que no termina encontrándole lógica al mundo. En "Asesinos sin rostro" (novela de 1991) una pareja de viejos campesinos aparece brutalmente ultimada por motivos difíciles de precisar porque, aparentemente, son ancianos muy pobres. En "La quinta mujer" (de 1996) un primer homicidio que ocurre en un convento de monjas católicas en Argelia se trasladará, en términos de venganza, a la Suecia de nuestros días donde tres hombres son asesinados de una manera premeditamente cruel. Aquel crimen de la pareja y estos últimos ocurridos en Ystad y sus cercanías hablan de lo mismo, vale decir de la vesanía en la que incurre el humano cuando busca en el otro una vindicación o una respuesta que no logra obtener. En un país donde, como aclara el traductor, todos se tutean, muchas veces la forma de relación adquiere perfiles tortuosos que desconciertan a Wallander quien, a pesar de tanto tiempo transcurrido en la policía, no termina de curarse en salud. En tanto, signos ominosos aparecerán en el "firmamento" social, tales como milicias ciudadanas y amenazas a la policía porque no logra conjurar el "peligro" de la inmigración, entre tantos otros. "(Wallander) se quedó de pie con el teléfono en la mano. Intentando decidir qué sentía de verdad. Vacío, tal vez una leve sombra de injusticia. ¿Algo más? No consiguió aclararlo", se lee en el final de "La quinta mujer". Se puede decir que en ese breve fragmento está "todo" el Relato de Mankell, esto es la investigación que al cesar deja insatisfecho a quien la practicó y la sensación persistente de injusticia, de aquello que no cierra y que no termina de quedar claro en este nuevo Marlowe quien, como el viejo personaje de Chandler, también busca -oscuramente- "desfacer entuertos". En esto de la sanción moral, se sabe, suelen encontrarse logros, pero también fallas derivadas de un afán denuncialista que termina "contaminando" al discurso literario. Luces y sombras entonces para el escritor y su criatura que, tal como están las cosas, muchas otras veces volverán a ser "noticia" entre nosotros.
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