José Pekerman es, antes que nada, una de las mejores noticias que le pasaron al fútbol argentino en los últimos siete años. Humilde, ganador, respetuoso del toque como bandera ofensiva, alma de docente. Todo eso -y tal vez algunas cosas más- demostró ser el ex taxista que en 1994 sedujo a Julio Grondona con un proyecto entonces revolucionario. Si hasta Carlos Griguol, el candidato de fierro para asumir la conducción de los juveniles, debió rendirse ante el plan propuesto por Pekerman. Pero también es cierto que, en los últimos dos años, su imagen sufrió una indisimulable erosión a causa de varios tropiezos en distintos torneos, como el Mundial Sub 20 de Nigeria 1999 y el Sudamericano de Ecuador 2001. El traspié más importante de todos -un verdadero fracaso, incluso según sus propias palabras- fue la no clasificación para los Juegos Olímpicos de Sydney 2000 en aquel Preolímpico de Brasil en el que compartieron cartel nada menos que Aimar, Riquelme, Saviola y Cambiasso, por citar sólo a cuatro de los jugadores de primer nivel que estuvieron en ese torneo. Pekerman, entonces, encuentra en el inminente Mundial Sub 20 de la Argentina la gran posibilidad de redimir ciertos pecados y de volver a sacarle lustre a su chapa de técnico exitoso. Sería, en realidad, un justo premio para alguien que siempre se preocupó por optimizar el nivel de la cantera argentina y por jerarquizar el trabajo desde las bases. Con su cara de tío bueno y su personalidad exenta de magnetismo, Pekerman asumió como técnico de los seleccionados juveniles en 1994. A medida que su trabajo comenzó a verse traducido en la cancha, los elogios fueron lloviendo sobre su figura con fuerza de luchador de sumo. Y Pekerman, a quien bien podríamos considerar un técnico tacticista, se acostumbró a las conquistas deportivas. Sus equipos ganaron el Mundial Sub 20 de Qatar 1995, el Sudamericano Sub 20 de Chile 1997, el Mundial Sub 20 de Malasia 1997, el Torneo Sub 21 Esperanzas de Toulon 1998 y el Sudamericano de Mar del Plata 1999. Pero, lo que es más valorable aún, abrazó esos títulos apostando a un fútbol comprometido con la estética y cultivando el Fair Play (Juego Limpio) que promueve la Fifa. En este último punto, conviene no perder de vista el bochorno provocado por el juvenil argentino en el Mundial de Portugal 1991, bajo la conducción de Reinaldo Merlo. Por aquel escándalo, Argentina fue suspendida por dos años para competir internacionalmente a nivel juvenil. La llegada de Pekerman sirvió también para darle vida propia a los equipos juveniles, históricamente opacados por el seleccionado mayor. Aquí, el acierto es compartido con la AFA, máxima responsable de la "independización" de los juveniles. Antes de la designación de Pekerman, el técnico del seleccionado mayor era quien elegía al entrenador de los juveniles (recordar los tándems Carlos Bilardo-Carlos Pachamé, Alfio Basile-Reinaldo Merlo). Pekerman consiguió otra cosa no menos importante: que el público argentino se identificara con sus equipos. Y eso, se sabe, no se compra en el almacén de la esquina. Se gana a fuerza de calidad de trabajo.
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