| | Editorial Hace falta realismo
| La inexplicable demora del Senado santafesino en darle media sanción a la ley de juegos, con el consecuente perjuicio económico para toda la provincia, ha despertado suspicacias de todo tipo, pero la espesa cortina que ocultaba a los ojos de la población los entretelones del asunto pareció levantarse cuando el ministro de Gobierno admitió anteayer ante los medios de prensa que la norma no sale debido a la "fuerte oposición del Obispado de Santa Fe". El sinceramiento resulta bienvenido, aunque se torna cuanto menos dudoso que contribuya a diluir el ya ríspido debate sobre el tema. Ocurre que, en última instancia, lo que la eventual sanción de la ley de juegos pone -justamente- en juego es una controversia de añeja data, cuya prolongación, a esta altura, no se presenta como adecuada ni oportuna. El trasfondo de la parálisis que afecta al proyecto congelado hasta ahora en la Cámara alta no es otro que una cuestión de índole aparentemente moral, que pone en tela de juicio la conveniencia de permitir la libre instalación de salas de juego en territorio santafesino. Se pueden argumentar, al respecto, muchas cosas, tanto en favor como en contra de la mencionada iniciativa. Y se puede recurrir, con tal fin, a los más impensados y numerosos referentes en una gama tan amplia de terrenos que incluye, por ejemplo, la filosofía y la ética. Pero aquello de lo que no deben caber dudas es de que la utilidad de semejante discusión no parece ser mucha. Sucede que la misma realidad hace ya tiempo se ha encargado de emitir un contundente veredicto al respecto: si se mira en derredor, se descubrirá el atraso que en materia legislativa padece nuestra provincia en comparación con las restantes que componen la República Argentina. ¿Corresponde, entonces, involucrarse tan a fondo en una cuestión que la sociedad ya ha resuelto sin que se perciba evidencia alguna de conflicto? ¿Y -sobre todo- hacerlo en un sentido que significa la mera privación de su fuente cotidiana de subsistencia para cientos y cientos de personas? Más aún: ¿tiene motivos válidos precisamente en este momento económico, cuando la crisis se ha convertido en una pesada nube que se cierne sobre el horizonte de tantos comprovincianos? La respuesta, como en muchos otros casos, se da por sí misma. Los santafesinos, simplemente, van a jugar a otra parte, con la consecuente transferencia de recursos que eso conlleva. Para concluir: no demasiado tiempo atrás, en esta misma columna se hacía referencia a la necesidad de sustituir la vigente carencia de normativa por una ley "dinámica, ágil, adaptada a los tiempos que corren y que priorice el interés de la gente por sobre vetustos criterios morales". Y no hace falta agregar ni quitar una coma.
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