Una nueva forma de turismo se viene abriendo paso sostenidamente en territorios pampeanos de vastas llanuras y alejados horizontes: el turismo rural o de estancias.
Es un espacio donde se mezclan armoniosamente danzas folclóricas y costumbres camperas, entre las que no faltan la jineteada, el asado y el mate amargo tempranero, cebado a la sombra de frondosos caldenes.
El profundo silencio y el sabor a descanso que invade estos paisajes naturalmente calmados es lo que atrae a los visitantes que buscan sosiego y un lugar para la reflexión. Para ellos hay una veintena de estancias que conservan las mejores tradiciones de La Pampa.
La Marianita es una de esas estancias dedicadas al agroturismo, que está a 125 kilómetros de Santa Rosa, la capital, junto a la pequeña localidad de Carro Quemado.
Su historia comenzó en 1890, cuando fue comprada por Máximo García, un pionero de la comarca que sembró las primeras semillas de alfalfa en tierras donde habían reinado los ranqueles. Tierras cubiertas de médanos y montes de caldenes.
Este visionario del medio oeste pampeano trajo consigo la primera trilladora a vapor y logró, por los rindes y la calidad de las semillas, premios de la Sociedad Rural Argentina y otros del exterior, como el que le otorgó en la ciudad italiana de Milán la Industria del Lavoron, en los primeros años del siglo XX.
Visitas educativas
La propuesta de La Marianita tiene dos propósitos; uno educativo, para que los escolares de todo el país conozcan parte de la historia, y otro para descansar en contacto con la naturaleza.
Para el primero, la estancia exhibe más de 3.000 piezas de arqueología pampeana, platería gaucha, colecciones de botellas antiguas y réplicas de cerámicas hechas por los pueblos aborígenes.
Allí se encuentran testimonios de la vida cotidiana de los primitivos habitantes, como puntas de flechas y boleadoras, amuletos y adornos rituales, además del tesoro más valioso de la estancia: la rastra que usaba el cacique Yancamil.
Entre marzo y noviembre son muchos los grupos escolares que la visitan y conocen el arte de la cerámica en el taller Ñuque Mapu, que significa Madre Tierra. Las vivencias telúricas de la estancia se completan con el recorrido del museo de la familia Orgales, enclavado en el casco urbano de Carro Quemado. En realidad, es el primer almacén del pueblo, ayer de ramos generales y hoy de recuerdos.
Hay envases de productos de la década del 20 y del 30, muchos de ellos con su contenido original; todo tipo de licorería; herrajes de caballos y hasta los restos del carro incendiado que le dio nombre al pueblo.