Rodolfo Bella
A principios de los años 70 "Grease" pasó de los escenarios del circuito de teatros de la periferia de Broadway, a una sala de la mítica avenida neoyorquina. Allí se mantuvo siete años y distintas puestas se realizaron en todo el mundo de forma consecutiva, además de la película que protagonizaron John Travolta y Olivia Newton John. La obra bajó de cartel en Buenos Aires hace pocos meses y se ofrecieron dos funciones en el teatro de la Fundación Astengo. Las razones que hicieron de esa comedia musical un éxito internacional son azarosas, ya que no hay nada nuevo en ella: es la conocida historia protagonizada por adolescentes de una escuela secundaria, que los autores imaginaron en los años 50, representada en incontables oportunidades. La versión local de "Grease" es fiel al relato original, en tiempo y espacio. Es decir, los íconos estadounidenses y las formas de relacionarse de los años 50 aparecen inalteradas hoy, 30 años después de su estreno, y 50 después de la época en que transcurre la ficción. La obra tiene como sustento algunas buenas actuaciones y buenas voces, entre ellas las de Marisol Otero, en el papel de Sandy; el rosarino Alejandro Paker, como Kenickie, y Florencia Peña, en el personaje de Rizzo. El resto de elenco se suma con entusiasmo a una historia que no ofrece ideas demasiado complejas, ni tampoco pretende profundizar en la anécdota, alejada de toda referencia histórica o social. Los personajes son los que pueden hallarse en cualquier ficción que se desarrolle en una escuela secundaria de Estados Unidos, y las relaciones que entablan también son las arquetípicas. Los personajes hablan de idolos populares de la época, como Doris Day, mientras retocan jopos y batidos, y visten jeans, camperas de cuero y tween sets. Sin embargo, uno de los actores tuvo la desconcertante ocurrencia de referir localismos e incluyó locuciones inglesas a modo de guiño a los espectadores. Los protagonistas de la historia son la juiciosa Sandy; su opuesto, la desprejuiciada Rizzo, interpretada por Peña; el díscolo Danny, enamorado de Sandy, a cargo de Rodrigo Aragón; el langa, interpretado por Paker, a los que se suman el nerd, la tonta, la seductora y una muestra de personajes bastante arquetípicos, entre los que se incluye un músico practicante del incipiente rock. Otero se destacó por la riqueza de su voz y un trabajo actoral medido y convincente, aunque las características de Sandy le impiden un mayor desarrollo de su potencial. Peña le presta el cuerpo a Rizzo, un personaje rico, pero que el libreto no termina de explotar. El personaje, que ejerce su libertad sin autocensuras, podría ser la punta para una pieza en torno a su vida agitada y su actitud desafiante, quizás el único personaje ligado a la idea de lo que el rock representaba en aquel momento. Rizzo es la líder de un grupo que se hace llamar las Panteras Negras. Cuando aparece la pura y saludable Sandy, Rizzo intenta unirla a su grupo. En el colegio también está Danny, a quien Sandy conoció durante las vacaciones, pero el chico no puede mostrar lo que siente por Sandy delante de sus amigos a riesgo de cambiar el concepto de duro que todos tienen de él. Sandy, que llega a esa escuela mixta después del frustrado intento de ingresar a un colegio de monjas, acaba evaluando si con su actitud no está alejando a su enamorado, por lo cual decide intentar un cambio. El conflicto, es, entonces, cómo hacen los adolescentes para compensar las desigualdades y seguir adelante con su relación sin pasar por tontos. Así, la historia conocida transcurre con el fondo del rock, entre escenas de fiestas y pic-nics, y coreografías simples a cargo de un cuerpo de baile disciplinado.
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