En el gobierno nacional ya empiezan a evaluar las consecuencias de las elecciones programadas para el 14 de octubre: una dolorosa y contundente derrota. La errática administración aliancista no podrá repetir, a menos que un hasta ahora invisible conejo salga de la galera (léase de las urnas), lo que fue una constante de los primeros comicios legislativos tras un cambio de gobierno, al menos en la posdictadura. Raúl Alfonsín en el 85 y Carlos Menem en el 91 lograron plebiscitar en las urnas sus inicios de gestión y llevarse el voto de confianza de la ciudadanía.
Frente al escenario tan temido, el mosaico de dirigentes que se encarga de diseñar la estrategia electoral oficialista evalúa algunas cuestiones que, cuanto menos, morigeren el peso de la derrota:
* El presidente de la Cámara de Diputados, Rafael Pascual, intenta convencer por todos los medios al presidente sobre la necesidad de postergar las elecciones hasta noviembre, confiando que en ese lapso mejorará el humor de la sociedad y se optimizarán los magros índices económicos.
* Un grupo de delarruistas ortodoxos cree que en octubre, en coincidencia con las legislativas, se podrá plebiscitar la reforma política. Y que el acompañamiento mayoritario hacia esa iniciativa logrará opacar una debacle en la compulsa para elegir diputados y senadores.
* Acompañados por la opinión de algunos encuestólogos, otros radicales abrieron el paraguas y comenzaron repetir que lo verdaderamente trascendente no serán los votos "cuantitativos" entre el PJ y la Alianza, sino la cantidad de bancas que logrará cada bloque político.
* En el gobierno hay quienes impulsan "ya" un acuerdo político con los gobernadores justicialistas para dejar al margen de la polémica electoral algunas cuestiones básicas en materia de educación, seguridad y sistema jubilatorio.
* La mesa chica del delarruismo piensa, sin embargo, que hay que posponer la meneada cuestión del "gobierno de unidad nacional" hasta después de los comicios. Imaginan que la derrota del oficialismo pondrá en peligro la gobernabilidad durante los dos últimos años de gestión si no se logra integrar el gabinete con referentes del justicialismo y de los partidos provinciales.
"Después de las elecciones, si no se puede antes, hay que meter mano en la interna del PJ. Al único de los presidenciables peronistas que le conviene que De la Rúa termine resignando el poder formal es a (Carlos) Ruckauf. Hay que hablar seriamente con (Carlos) Reutemann, (José Manuel) De la Sota y con los mandatarios de las provincias más chicas", confió a La Capital una fuente santafesina, incansable frecuentador de los despachos oficiales.
Más allá de los posicionamientos preelectorales, un índice debería preocupar a la clase política en su conjunto. Un sondeo realizado en Rosario en los últimos días (apenas una muestra de lo que sucede en la inmensa mayoría de los distritos nacionales), indica que más del 50% de los consultados divide sus opiniones entre la incertidumbre de no saber por qué partido sufragar, el voto en blanco o la abstención.
El Honorable Senado de la Nación contribuyó en las últimas horas a rebelar el ánimo ya de por sí espeso de los argentinos al consumar el enésimo acto de miopía política. Los adormilados integrantes de la Cámara alta no tuvieron mejor idea que autoasignarse un bochornoso medio aguinaldo de 3.200 pesos. Cuando los focos pusieron en evidencia la vampiresca decisión, no hubo un solo argumento razonable, sólido o convincente para explicar lo que, de todos modos, es definitivamente inexplicable.
El repudio hacia los representantes de una vieja política que se resiste a morir, hace tambalear las estructuras tradicionales y permite la aparición de nuevos y coyunturales líderes emergentes que, como el gelatinoso Polo Social del cura Luis Farinello, son incapaces de explicar cómo traducirán en la práctica consignas reduccionistas del tipo: "Queremos que los niños sean felices y no haya desocupados en la Argentina".
El ascenso de la indomable Elisa Carrió, quien según una completísima encuesta realizada en Capital Federal y provincia de Buenos Aires por los sociólogos Carlos Fara y Daniel Cabrera, goza de la más alta imagen positiva (seguida muy de cerca por Reutemann), responde a otra realidad: no termina de romper el vínculo con la UCR , reivindica al "capitalismo serio" y lanza gestos, aunque sobrecargados, hacia la poderosa Iglesia argentina. "En una interna, Carrió hoy le gana a cualquier otro dirigente radical", le dijo a La Capital el sociólogo Manuel Mora y Araujo.
En algunos cenáculos oficialistas existe la creencia de que la única bala de plata que le queda al gobierno es que la fotografía por ahora imaginaria de Carlos Menem conducido esposado hacia una celda de Gendarmería nacional se haga realidad el 13 de julio. "Al menos podremos decir que cumplimos con la promesa de mandar a la cárcel a los personajes emblemáticos del gobierno anterior", se entusiasma uno de los pocos funcionarios que quedaron en pie tras la hecatombe de la Alianza progresista.
Con la economía del país hecha trizas, con senadores nacionales que parecen elefantes en un bazar y con la inacción exasperante del presidente de la Nación, lo único que abunda en la Argentina es el malhumor. Razones no faltan.