| | Editorial Peligrosos errores
| El país, se sabe, no atraviesa por un buen momento. La persistencia de la crisis, que hace ya más de tres años se encuentra instalada en la vida cotidiana de los argentinos, deja un margen muy estrecho para las equivocaciones o despropósitos de quienes tienen el hoy dudoso privilegio de ejercer la función pública. En ese marco, la decisión del Senado nacional de autoasignarse un generoso medio aguinaldo de más de tres mil pesos no puede ser vista sino como un nuevo desliz del ya vastamente desprestigiado organismo. En ningún momento se ha cuestionado la legitimidad de percibir esos emolumentos, la cual fue oportunamente ratificada por los respectivos jefes de bloque frente al mismísimo presidente de la Nación, Fernando de la Rúa, quien manifestó personal interés por el asunto. Pero sí fue puesta en tela de juicio la oportunidad de esa resolución, cuando lo que de manera unánime se exige de la dirigencia política es mesura y prudencia. Sin embargo, respecto del concepto anteriormente vertido -legitimidad- se torna necesario recordar que el Estado no se halla obligado a abonar a los legisladores el sueldo anual complementario, ya que aquéllos no cobran salarios, sino dietas. Y tampoco resulta afortunado el retroceso que se registró a posteriori, cuando se hizo mención a la posibilidad de donar lo percibido. Es que el mal paso ya había sido dado. En Santa Fe, el primer ejemplo de austeridad lo dio el gobernador Carlos Alberto Reutemann. Después, una medida de tenor similar fue adoptada en la provincia de Buenos Aires por Carlos Ruckauf. Es que la demanda de ajuste político se ha convertido en un auténtico clamor. Y una de las virtudes que deben adornar a aquellos que son los representantes del pueblo es su capacidad de interpretar las señales que el pueblo, justamente, emite. La sordera, en síntesis, no puede convertirse en un modo de vida. Sin embargo, con las lógicas excepciones del caso, esa parece ser la modalidad definida por los integrantes de la Cámara alta a la hora de relacionarse con la sociedad que los ha elegido. Y la persistencia de esa actitud resulta peligrosa. Porque los males coyunturales pueden llegar a ser confundidos con vicios inherentes al sistema democrático. Y ese es el caldo de cultivo que los autoritarios y mesiánicos de turno suelen aprovechar para fortalecer su discurso y aparecer como una panacea ante los ojos de los decepcionados. Claro que su modo de expresar el disenso con lo que pueda suceder no es sino anular todos los disensos posibles. Es hora, entonces, de despertar. Momento de abandonar el marasmo y dar respuestas concretas a las necesidades de la gente. Porque todo tiene un límite. Y nadie sabe qué hay más allá.
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